Una mirada al incomparable liderazgo de Fidel

Foto: Archivo de Granma

Todos coinciden en que Fidel Castro Ruz era un líder mundial, la voz más autorizada e influyente de los pueblos del llamado Tercer Mundo y un enemigo respetado y temido por el imperialismo norteamericano. Para los cubanos era sencillamente nuestro Comandante en Jefe.

Muchos libros y artículos se han publicado sobre quien es considerado por muchos una de las figuras más descollantes del siglo XX, y no pocos han intentado descubrir las claves de su indiscutible liderazgo en Cuba, en América Latina, el Caribe y en el mundo.

Tal vez buscan en vano, porque Fidel no seguía un patrón, era, sencillamente, Fidel.

Entre los cubanos, que lo conocimos y vimos de cerca, algunos se preguntaron alguna vez el porqué de su magnetismo, capaz de mantener de pie durante sus discursos en la Plaza de la Revolución a más de un millón de personas por varias horas y con un entusiasmo creciente, sin muestras de aburrimiento o cansancio y, coreando combativas consignas.

Es que Fidel y el pueblo eran uno solo. La gente se identificaba con él, y este, durante toda su vida, respondió siempre a los intereses e inquietudes del pueblo, de su pueblo.

En sus habituales visitas a fábricas y cooperativas, en su conocido jeep militar, comía en comedores obreros, criticaba lo mal hecho y estimulaba los buenos ejemplos.

Algunos dijeron que en su voz, habitual durante muchos años con varios discursos cada día, estaba el secreto. Para muchos era conocimiento convertido en sonido, que hacía fácil entender lo difícil, o el aliento que penetraba en los oídos y se convertía en energía para enfrentar las dificultades de la vida diaria, que desde el triunfo fueron parte de una batalla por la supervivencia de la Revolución frente a un enemigo poderoso.

Otros, cuando lo veían, se impresionaban por su altura, su sencillez, casi siempre con el mismo uniforme verde olivo; por su vitalidad, que la edad pudo disminuir, pero nunca eliminar, y por lo imprevisible de un comportamiento que muchas veces ponía en aprietos a su escolta, al bajarse del jeep o del auto para hablar con un grupo de personas.

Así pasó en los duros años del periodo especial, cuando un nutrido grupo de personas se congregó en el Malecón habanero, instigado y llamado al desorden y la violencia. Sin embargo, allí llegó Fidel con su escolta, desarmados, y pasó lo impensable: tras un momento de asombro, la muchedumbre congregada, otrora agitada y violenta, comenzó a aplaudirlo y a corear su nombre, a escuchar lo que quería decirles de que confiaran en la Revolución, y todo volvió a la normalidad. Ese era Fidel; recordando una frase del gran poeta español, «no os asombréis de nada».

Si hubiera que destacar un sentimiento que despertaba Fidel, habría que subrayar la mezcla de confianza, valentía, optimismo y respeto.

Confianza en el hombre que fue capaz de poner en peligro el desembarco del yate Granma, al retrasarlo varias horas dando vueltas en el mar, porque la Revolución nunca abandona a uno de sus combatientes.

Valentía, no solo para organizar el asalto al Cuartel Moncada con un puñado de hombres, o para enfrentar y derrotar en la Sierra Maestra a un ejército armado, financiado y entrenado por Estados Unidos; o para reconocer el fracaso de la Zafra de los diez millones, proclamando que al pueblo hay que decirle siempre la verdad por dura que fuese, sino también para enfrentarse directamente a las autoridades de Washington durante la Crisis de Octubre, con su pueblo dispuesto a inmolarse en defensa de su soberanía e independencia.

Optimismo, porque Fidel siempre fue capaz de infundir al pueblo la esperanza de un futuro mejor, sin mentirle sobre las dificultades que había que vencer para llegar a ello, pero estimulando a los vanguardias de distintos sectores sociales en esa heroica lucha, aplicando sanciones ejemplarizantes a quienes pretendieron lucrar con los recursos del pueblo, y sustituyendo a quienes fueron incapaces de lograr una gestión eficiente.

Respeto, porque al verlo aparecer en cualquier lugar, su figura iba precedida de su historia, de la verticalidad de pensamiento desde su vida estudiantil, porque logró cumplir el programa del Moncada, aplicar la Reforma Agraria, comenzar a resolver el agudo problema de la vivienda, dar los primeros pasos para industrializar el país, eliminar el analfabetismo en solo un año y construir un sistema de salud gratuita para todos, en un país que se había quedado prácticamente sin médicos por la acción yanqui.

Algo que Fidel detestaba era la mentira y a quienes intentaban engañarle para encubrir ineficiencias. Por eso estudiaba de todo y todo el tiempo; y sus preguntas, reiteradas hasta entender un tema, obligaban a prepararse debidamente a quienes debían exponer algo ante él.

Tuve la oportunidad de demostrar que era falso eso  de que a Fidel no se le podía contradecir en nada. En un Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba hizo un planteamiento sobre el que consideré que estaba mal informado y se lo dije, públicamente, en el plenario.

Al contrario de la reacción que algunos pronosticaron esa madrugada, al terminar la sesión, al otro día el Comandante en Jefe inició la plenaria apoyando el planteamiento y reforzando la necesidad de fortalecer una entidad que había considerado eliminar.

Así era Fidel, el mismo que en otro Congreso antes de marcharse los delegados, se acordó de algo importante y les habló en el pasillo parado en una silla, en medio del aplauso de todos.

Muchos se preguntan cómo podía trabajar todos los días, hasta altas horas de la madrugada, y estar al día siguiente temprano en cualquier actividad, sin muestras de cansancio.

Indudablemente su afición al deporte desde la juventud le habrá ayudado. A las tres de la madrugada comenzaba reuniones, y ministros o funcionarios sabían que era a esas horas cuando él podía atender cosas de Estado, sin dejar de hacer recorridos durante el día o de participar en eventos importantes.

Pretender estereotiparlo no solo es imposible, sino también injusto, pues él nunca pretendió ser un líder de Cuba ni del mundo, pero lo fue, porque las grandes personalidades son irrepetibles.

Los cubanos tuvimos la suerte de tener a Fidel, un hombre de gigantesca talla. Lo honramos siguiendo su ejemplo, para construir el futuro independiente y próspero por el cual él luchó y tantos murieron.