Una muchacha nos regala unas crónicas que llevan en el cristal delantero un título abarcador: Una guagua es un país. Ese libro pasa por la feria, y cuando Yuliet Calaña, su autora, se dirige a los seguidores que la quieren y llenan la sala; rompiendo el nervio y la timidez, nos dice que también una mujer es un país.
Es cierto, hay una mujer, y dentro una armadura de sueños que quieren volar. La historia se desborda de mujeres que llenan páginas heroicas. Sus nombres ahora se levantan rompiendo el zarzal de la memoria, pero muchas pagaron cara su rebeldía a tantas dominaciones.
Algunas se vistieron de hombres para ejercer oficios que les fueron negados, hicieron ciencia y le arrebataron los inventos, les negaron la posibilidad de leer o pensar, y una niña, a escondidas, aprende la lectura y se llama Leonor, sería la madre de José Martí.
Juana de Arcos levanta a un ejército, Sor Juan Inés escribe a escondidas unos versos que saltan por encima de los siglos, en Alejandría matan a pedradas a una mujer porque sabe mucha filosofía y matemática. Mariana, bajo el sol de Cuba, cura a sus hijos las heridas de la guerra y les señala el camino del otro combate.
La mujer no es sexo débil, sino fortaleza que a veces llora bajo la lluvia. Si el hombre mira en forma tubular, porque los viejos homínidos se concentraban en observar al animal de caza; la mujer en la cueva cuida el fuego, a los hijos, y la garra de algún peligro, por eso miran de modo circular, huelen mejor, en su cabeza es posible juntar varias tareas a la vez, y no les falla el olfato.
Esa sicología se esconde en la imagen del Panchatantra hindú: «Las mujeres, mientras hablan animadamente con un hombre, miran a un segundo, y piensan en un tercero que llevan en el corazón, quien de verdad es amado por las mujeres». Y los patriarcados de épocas y lugares les negaron los derechos, cuando son las dueñas del vaticinio y de la maternidad.
No basta la postal ni la flor artificial, ni los discursos, ni aquel ¡felicidades por el día de la mujer! Es preciso defender la ternura, el amor y su pensamiento contra toda forma de violencia o dominación.
Que no se repita en la vida la escena final de la película Lucía, cuando una mujer se debate entre el amor y la opresión para defender su libertad: «Me tienes que obedecer porque para eso eres mi mujer», lanza hiriente, Tomás. Y Lucía le grita en la playa, ante la interminable violencia: «¡así no!». Y con las alas mojadas, nada le impide su vuelo.
Dondequiera que el mundo viva, que se defienda a esas mujeres que no pueden mostrar sus rostros, blancas, negras, mestizas; que el clítoris no sea una vergüenza que el hombre tiene que cortar, sino un don de goce de la naturaleza del cuerpo femenino.
Hagan lugar en la celebración, a la mujer que aman a su mitad, tan antigua como un mito esparcido en la mesa de los tiempos, porque también es un derecho decir: «Eva fue dos veces
Eva / el día en que dejó de ser costilla / y la noche que borraron la mitad de su sombra».
Hay una mujer que vendió un pedacito de su cuerpo por lavarse la cara: otra viste como quiere y no es pretexto decir que ella es provocadora; otra es bisexual y llena su casa con todos los duendes; una es asesinada por el hombre y la palabra feminicidio se pierde entre la indiferencia y las conciencias de los que no llaman a los golpes por sus nombres: Todas estas mujeres tienen derecho a la ciudad y a dar bienvenidas a la luz.
Hay una mujer inventando una vacuna para salvarnos, y otras, a veces la misma, haciendo malabares en la cocina para alimentar a sus hijos. La mitad de las personas que viven en el mundo son mujeres, y la otra mitad son los hijos de esas mujeres. Y cuando son madres, comparten el dolor de ver a los hijos en dos trincheras que de manchas llenan los caminos.
Dicen que el primero que comparó a la mujer con una rosa fue un poeta, y el segundo, un tonto, porque no creó nada nuevo; miles de veces pedimos prestado el derecho de autor para decir que una mujer es una rosa, camina, salva y nos cura, porque entre espinas nacen flores.
Una mujer es un país, no le cortes ni las alas ni sus canciones. Es un mundo donde se guarda la vida, ella cuida del fuego, cierra el paso a los peligros; se abre la puerta y pasa libre la bocanada de brisa con alma de una muchacha que se niega a ser esclava, y vuela con la luz, arcoíris que atraviesa las hendijas de su tiempo.