Hay quienes hablan hoy de politización de los viajes entre Cuba y Estados Unidos, aludiendo al vuelco negativo en este ámbito -parte del más amplio de las relaciones bilaterales- iniciado con el discurso de Donald Trump en la Florida el 16 de junio de 2017 y seguido por una cadena de pasos y hechos que son ya harto conocidos, todos dirigidos a obstaculizar el acercamiento iniciado a fines de 2014.
Pero había política también en el cambio promovido en la etapa final de la administración Obama, que incluyó regulaciones más flexibles en el área de los viajes. Había objetivos, una estrategia. Claro, era una política racional, una política inteligente, a favor de la corriente, de la opinión pública y el sentido común, que propició espacios de apertura que fueron bienvenidos por estadounidenses y cubanos.
Politización sería en la era Trump un término incompleto, inexacto. Anacrónica o extemporánea, podría agregársele, o “basurizada”, o contradictoria, retrógrada o involutiva.
Ideal sería el escenario en que no hubiese politización de los viajes, en que este fuese un sector económico más y en el que vacaciones, movimientos de personas, funcionamiento de destinos y modalidades de turismo siguieran el ritmo de sus tendencias propias, bonanzas económicas que favorecen la demanda, o la diversidad y los desarrollos que en un lugar amplían la oferta y plantean oportunidades atractivas para el turismo.
Ideal que la única política dirigida a este sector fuera la política turística -estrategias de desarrollo, presupuestos, campañas de promoción-, alejada de cualquier componente ideológico y, en el caso que nos ocupa, del deseo y el plan de derrocar a un gobierno, cambiar el sistema sociopolítico de un país atacando su base económica y, de paso, entre otros “daños colaterales”, violando el derecho de un pueblo a viajar libremente y el de otro a recibirlo y, a la vez, beneficiarse del negocio que se genera.
Siempre han sido terreno politizado los viajes entre Estados Unidos y Cuba. Con las regulaciones emitidas por la administración Obama hubo un cambio positivo innegable que muestran claramente las estadísticas. Tras el discurso de Trump en Miami en junio de 2017, el anuncio de nuevas regulaciones en las áreas de viajes y comercio y la entrada de estas en vigor, en noviembre de ese año, ha habido una tendencia negativa, también innegable, durante 2018.
Trump habló en su discurso en la Florida de “cancelación total del mal acuerdo” (de Obama) con el gobierno de Cuba y dijo que su política -incluidas nuevas regulaciones de viajes y comercio- buscaría “un acuerdo mucho mejor para el pueblo cubano”. Si hubiera mirado a las calles de La Habana y de otras ciudades, habría visto sin mucho esfuerzo que los cubanos estaban muy a gusto con la dinámica iniciada bajo Obama y la creciente llegada de estadounidenses a la Isla. Quiere decir: los cubanos “de a pie”. El pueblo cubano. Y también los estadounidenses que viajaban a la Isla.
Bill LeoGrande, profesor en la American University y autor del libro Back Channel to Cuba: The Hidden History of Negotiations Between Washington and Havana, declaró a Los Angeles Times que el paso dado por Trump fue esencialmente “subcontratar su política exterior” a Marco Rubio, senador republicano de la Florida.
James Williams, presidente de la coalición Engage Cuba, que agrupa a compañías, organizaciones y líderes de opinión, calificó como lamentable que la decisión se basara en la política -la mala política, habría que matizar- y la agenda personal de dos miembros del congreso, en referencia a Rubio y al representante Mario Díaz-Balart.
Para el senador demócrata Patrick Leahy, ha sido una reminiscencia de la Guerra Fría, algo que se esperaría “de un gobierno totalitario paranoico, no de una democracia como la nuestra”.
El propio LeoGrande, en un panel de expertos realizado en octubre de 2017 en el Consejo de Relaciones Exteriores, al referirse al escenario en que se producían los incidentes sónicos alegados por Estados Unidos el pasado año, describía así la situación en que comenzó el retroceso promovido por Trump:
“Los cubanos son muy entusiastas, realmente, sobre la posibilidad de normalizar relaciones con Estados Unidos debido al beneficio económico para ellos (…) Y el proceso se estaba desarrollando bien, muy efectivamente, positivamente. En los últimos dos años de la administración Obama, los dos países firmaron 23 acuerdos bilaterales en asuntos de mutuo interés”.
Y desde 2015 (162 972) se disparó la cifra de estadounidenses viajando a Cuba, que fue de 284 552 en 2016 y de más de 600 mil en 2017 (+18 %), un año en el que la Isla fue declarada principal destino de moda (hotest destination) por la Asociación de Turoperadores de Estados Unidos (USTOA), que junto a la ASTA (Asociación de Agentes de Viajes de Estados Unidos) ha criticado claramente la política de Tump.
“Nuestro gobierno no debería estar en el negocio de decir a los estadounidenses a dónde viajar o no (…) Más que cerrar las puertas de este mercado a 90 millas de nuestras costas, llamamos a los decisores políticos a legislar para acabar con la prohibición de viajes a Cuba de una vez y por todas (…) Continuaremos abogando por la libertad de viaje a Cuba y esperamos por el día en que se haga realidad”. (Declaración de la ASTA sobre las regulaciones para los viajes a Cuba que entraron en vigor en noviembre de 2017)
En el sector de los cruceros fue más vertical el crecimiento. Cuba reportó unos 112 mil cruceristas en 2016, y en 2017, cuando la Isla comenzó a recibir de forma regular barcos de varias líneas desde EE.UU (incluidas Carnival, Royal Caribbean y Norwegian), llegaron unos 400 mil pasajeros, según datos del Ministerio de Turismo, aunque algunas fuentes hablan de más de 500 mil.
Sobre este tema quisimos conocer la opinión de Collin Laverty, presidente de Cuba Educational Travel, una compañía que trae a Cuba miles de estadounidenses cada año.
Laverty nos citó para el Capri -uno de los hoteles habaneros que el Departamento de Estado recomienda “evitar” en sus alertas de viaje-, donde conversamos con total tranquilidad.
Para él, “uno de los pasos más visibles e importantes con la apertura iniciada bajo la administración Obama se dio en los viajes. Permitió que muchos más estadounidenses pudieran venir y ver con sus propios ojos cómo es Cuba, hicieran relaciones profesionales, amistades, y eso empezó a cambiar la visión que muchos tenían sobre este país. Llegó a tener un impacto político.
“Está claro que los de línea dura en la comunidad cubanoamericana apreciaron que se les iba de las manos la situación, que no tenían el control. No quieren que vengan personas y vean con sus propios ojos, que haya negocios entre una parte y otra. Estaban viendo que el mercado, la economía, era el actor principal, no la política”.
Alertas de viajes, ruidos y la realidad
¿Qué ha sucedido durante estos meses, desde mediados de 2017 y hasta el verano de 2018, en el ámbito de los viajes desde Estados Unidos a Cuba y en los procesos que en estos influyen?
Tras el discurso reciente de Trump en la Asamblea General de la ONU y declaraciones como la de abril pasado -cuando aseguró en Cayo Hueso que su gobierno está “encargándose de Cuba”-, es obvio que no se puede esperar un cambio positivo en la política de la actual jefatura de la Casa Blanca hacia la Isla.
Cuando un año de especulaciones y trabajo investigativo -hay que tomar en cuenta la enorme potencia científica, tecnológica y de inteligencia de EE.UU- no ha generado una explicación o una teoría plausibles, solo recortes de estudios ampliamente rebatidos por científicos, sobre los supuestos incidentes de salud que en La Habana involucraron a diplomáticos estadounidenses, Estados Unidos bajó de 3 a 2 el nivel de su alerta de viaje a Cuba.
De un nivel 3 desde septiembre de 2017 (“reconsidere viajar a Cuba”) a un 2 a partir de agosto de 2018 (“tome mayores precauciones”). Los textos de ambas alertas son prácticamente iguales desde el primer párrafo, donde se señala que todo es “debido a ataques dirigidos contra empleados de la embajada de Estados Unidos en La Habana”.
En ambos documentos se repiten las frases “numerosos empleados de la embajada de Estados Unidos en La Habana parecen haber sido objeto de ataques específicos. Muchos de estos empleados han sufrido lesiones” y “los ataques han ocurrido en residencias de diplomáticos estadounidenses (incluido un apartamento de larga duración en el Atlantic) y el Hotel Nacional y el hotel Capri en La Habana”. Solo en el segundo párrafo, en la alerta nivel 2, una breve oración señala que “no hemos podido identificar la fuente”.
Cada vez es más evidente que es parte de la smear campaign para frustrar el acercamiento, una de las piezas de una estructura en la que también sobresalen las regulaciones de viajes a Cuba, los supuestos incidentes sónicos y el drenaje de personal en la embajada estadounidense en La Habana y en la cubana en Washington.
“Han afectado la mentalidad del viajero común en los Estados Unidos. Cuando Obama estuvo en La Habana se movió en la ciudad con su familia y hasta fue a comer en un restaurante de Centro Habana. El mensaje enviado fue que ‘Cuba es segura, Cuba es divertida’. Su presencia física aquí fue muy simbólica para el pueblo estadounidense: algo como ‘se puede ir a Cuba, es bueno ir a Cuba’”, afirma Laverty.
Pero todo cambió con Donald Trump en la Casa Blanca.
“Ha sido como una tormenta perfecta: primero fue el discurso de Trump en junio, y básicamente el mensaje que salió de ahí fue ‘no puedes ir a Cuba, no puedes hacer negocios con Cuba’. En realidad, no cambió tanto, pero ese fue el mensaje, y ha funcionado.
“Después viene el episodio de los incidentes sónicos, algo misterioso, en un país que muchos asocian aún a la imagen de los tiempos de la Guerra Fría; el cierre parcial de la embajada, la alerta de viajes, y un ciclón que sí, afectó a Cuba, pero no en el nivel que afectó a otras islas del Caribe como Puerto Rico. Aun así, la gente veía la imagen general: el Caribe afectado, Cuba afectada”, dice el presidente de Cuba Educational Travel, que opera en la Isla hace varios años.
Cuba -que cerró 2017 con un crecimiento turístico de más de 16 %, hasta 4,7 millones de turistas internacionales- reportó un descenso de casi 7 % en los arribos durante los primeros cinco meses de 2018.
Las estadísticas hablan, además, de una baja en los viajes vía aérea de estadounidenses a la Isla (desde más de 293 900 en el primer semestre de 2017 a unos 148 mil en el primer semestre de 2018, para una caída porcentual superior a 70 %) y la consiguiente reducción de vuelos entre ambas orillas del estrecho de la Florida (aunque hay que tomar en cuenta también el lógico ajuste de la oferta luego de la masiva concesión de rutas aéreas a Cuba por parte del Departamento de Transporte de EE.UU en 2016).
Sin embargo, fuentes especializadas hablan ya de una paulatina recuperación en el sector turístico cubano luego de que en el mes de junio se registrara la misma cantidad de visitantes que un año atrás y mejorara el balance del semestre, que cerró con 152 354 visitantes menos que en 2017.
Las regulaciones emitidas por la administración Trump y en vigor desde noviembre de 2017 imponen más restricciones en la categoría pueblo-a-pueblo, muy popular para los viajes individuales en la era Obama. Ahora es posible en grupos, “bajo los auspicios de una organización sujeta a jurisdicción estadounidense (…) con la compañía de una persona sujeta a la jurisdicción de EE.UU, empleada, consultora pagada, agente u otro representante de la organización patrocinadora”.
Otras categorías, de las 12 permitidas por ley, están bajo fuertes requerimientos y prohibiciones, y hay una larga lista de establecimientos vedados (la Cuba Restricted List) con los cuales los ciudadanos estadounidenses no pueden establecer transacciones, incluidos casi una treintena de hoteles en La Habana y el Gran Hotel Manzana Kempinski, el de mayor estándar actualmente en la Isla.
“Hay aún un resquicio legal para un viaje individual, pero, en mi opinión, el Departamento de Estado ha sido intencionalmente confuso en este tema y sobre esta categoría no han dado mucha información con la intención, creo, de confundir a la gente”, dice Laverty.
En la industria de cruceros la historia ha sido diferente. Siguen llegando los barcos desde la Florida a La Habana y otros puertos cubanos, con miles de viajeros. En el primer semestre arribaron a puertos cubanos por esa vía más de 387 mil pasajeros, tanto estadounidenses (30. 5 %) como europeos (31.3 %).
La previsión es que al final de 2018 Cuba haya recibido más de 500 mil pasajeros, una parte importante de ellos estadounidenses.
Solo con mirar los titulares de un medio especializado, Cruise Industry News, se aprecia que la actividad de cruceros crece y seguirá haciéndolo: Regent Seven Seas Cruises hará escalas en Cuba en cinco itinerarios en la temporada caribeña 2018-2019; Carnival añade 23 cruceros de tres a cinco días a La Habana en 2018-19 a bordo de cinco barcos, desde Charleston, Fort Lauderdale, Miami y Tampa; Seabourn navegará a Cuba desde Miami y San Juan de Puerto Rico; Ponant retornará para una segunda temporada en Cuba en 2019; el MSC Armonia añadirá Miami a sus cruceros de siete días por Cuba y el Caribe; el Empress y el Majesty of the Seas, de Royal Caribbean, se mantendrán llegando en 2019…
Royal Caribbean, como Carnival y otras compañías, ha aclarado que sus operaciones “cumplen con los requerimientos para las actividades del intercambio educacional pueblo a pueblo, como establecen las regulaciones estadounidenses”.
Ejecutivos de las grandes compañías han dicho que las restricciones impuestas por la administración Trump han impactado poco en la industria.
En la convención Seatrade Cruise Global de este año, Frank Del Rio, presidente de Norwegian Cruise Line Holdings, ha declarado que “Cuba ha sido estupenda para la industria” y recordado que esa naviera ha duplicado su capacidad hacia este destino en 2018.
La seguridad y lo que dice la experiencia real
En reportajes e investigaciones realizadas sobre este tema en los últimos meses, conocimos a muchos habaneros -empleados de paladares, dueños de hostales y casas particulares- que se quejan de la baja en el negocio desde que entraron en vigor las medidas promovidas por la administración Trump y bajó el flujo de viajeros estadounidenses a Cuba. Son representantes del sector privado al que la administración estadounidense quiere “empoderar”.
Conocimos también a viajeros estadounidenses de varias edades y sitios de procedencia, de los que siguen llegando al país, que aseguraron sentirse tranquilamente seguros en Cuba, “incluso en la calle, solos, de noche”.
En marzo pasado fueron publicados los resultados de una encuesta realizada por Cuba Educational Travel entre sus clientes, que confirman esta afirmación.
Laverty opina que “se va recuperando la percepción positiva y el ritmo; ya pasó la ola mayor de artículos y reportajes sobre los incidentes sónicos, las implicaciones negativas, y ahora la gente vuelve a escuchar y hablar de Cuba en temas como la música, la danza, la historia, la arquitectura, y sube la demanda”.
Su conclusión es que vuelven a “comprender que pueden montarse en un vuelo de American o venir en un crucero de Norwegian, venir con Airbnb o una agencia, y hospedarse en un hotel o en una casa particular. Es como en cualquier país del mundo, y eso sí ha cambiado mucho en los últimos tiempos. Años atrás no era así, no había esa confianza, ese nivel de cercanía”.
Su experiencia en los últimos meses le hace afirmar que “la gente es inteligente y piensa. A casi un año ven que no hay resolución del caso, que no hay argumentos ni pruebas en el tema de los ataques sónicos, la gente ni se preocupa por eso. Antes algunos viajeros nos preguntaban qué pasó en la embajada, si era seguro traer a sus hijos a Cuba, etc., e incluso tuvimos cancelaciones. Hoy ya la gente ni pregunta”.
Sobre la percepción de seguridad: “No es nuevo, desde hace años los que vienen a Cuba primero te dicen que la pasaron de maravilla, y casi siempre te dicen que les sorprendió el nivel de seguridad en Cuba: ‘me sentí más seguro en Cuba, caminando por las calles, donde sea, que en Nueva York, o en Los Ángeles’, y siempre te dicen eso, es casi imposible que no te comenten algo parecido. Les sorprende la bienvenida que les da el cubano, porque piensan que por la historia bilateral va a ser diferente, y al llegar ven gente con los brazos abiertos, abierta, amistosa, y se sorprenden”.
Evidentemente, Trump no escucha a estadounidenses ni a cubanos. Su agenda es otra, no la de los estadounidenses que quieren venir a Cuba y enriquecer su experiencia, ni la de los cubanos que quieren recibirlos y mejorar sus ingresos. Todos con un deseo: hacerlo en paz.
En Cuba Educational Travel -dice Laverty- han visto que “las ventas están subiendo para fin de año; esta temporada de noviembre y diciembre pudiera ser mejor que el año pasado, es muy bueno para todo el mundo, para las agencias de viajes y para las aerolíneas y para los cuentapropistas, hoteleros, taxistas. En el total del año no creo que vaya a llegar el mismo volumen de viajeros que en los últimos tiempos, cuando se disparó, pero la tendencia es que desde este punto en que estamos va a seguir creciendo, y no veo espacio para que se tomen medidas más fuertes que busquen afectar esa tendencia”.
Tras conocer el destino Cuba por años y estar seguro de que “tiene mucho que ofrecer”, haber traído a Cuba pequeños y grandes grupos de viajeros, grupos de estudiantes e incluso delegaciones oficiales de estados norteamericanos, estima que “hicieron todo lo que podían para frenar este proceso de normalización, pero no lo han logrado. Obviamente estamos viviendo un momento difícil, pero cuando se miran las encuestas de opinión pública dentro de los estadounidenses y dentro de la opinión pública cubanoamericana, quienes piensan así son la minoría”.
Van a regresar los viajeros estadounidenses. Laverty confía en que también se recuperarán los niveles de vuelos de meses atrás. “Yo veo que va a seguir así por un tiempo, pero mejorará, estamos volviendo poco a poco a la normalidad. Y explotará cuando en Estados Unidos cambie la ley y la gente puede venir normalmente, sin ninguna confusión, legalmente como turistas. Habrá muchos más vuelos”.