Apóstol, inmortal, entre los que defendemos y fundamos

Foto tomada de Facebook

Recuerdo cuando le conocí entre las hojas de aquella antiquísima edición de La Edad de Oro ilustrada con rasgos dorados. Aún no tenía noción del mundo y ya la esencia humanista del hombre envolvía mis sueños nocturnos.

De su  «poesía de suspiro y desvelo», del vuelo en cielo libre de sus palabras, se me adhirió la estrofa temprana que «el amor, madre, a la patria no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas; es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca».

Y como la sangre americana y orgullosamente cubana corre por mis venas, como lo hizo por torrente en las entrañas de «un hombre de destino, de un libertador en el sentido más exigente del vocablo», redimo como la patria toda el ultraje a la figura de nuestro José Martí de aquellos desmemoriados, capaces de vender su alma al precio ruin y obsceno del imperio.

La idea absurda que intentaron sembrar como imagen para el mundo, en su ignorancia, es una afrenta al Héroe Nacional, a millones de cubanos que sienten rebullir el corazón patrio en su interior, a la nobleza de almas como la del pequeño que después del huracán corrió a salvar del agua y el lodo al amigo sincero.

Pero sepan que la dignidad de un hombre universal, profundo, como él, no se mella con actos tan mezquinos. Esa dignidad es inmortal, e irradia en el amor manifiesto por la justicia, en la «palabra de fuego» que fue profética y rectora para el logro de la libertad conquistada.

Él, quien decía que sus versos iban revueltos y encendidos como su corazón, se agiganta en cada acto sensible de la obra revolucionaria de ayer, hoy y mañana, que estamos dispuestos como hijos preclaros a seguir edificado con sacrificio y entrega para que sea una sociedad más justa, consecuente con su fe en el hombre, con el sentido compensatorio del sacrificio y la utilidad de la virtud.

«Altiva y libre yergue su cabeza», el Apóstol, como la Patria, que a decir de la Doctora en Ciencias Ana Cairo, creció de su «celo por crear una República sana desde la raíz y compuesta del derecho y el menester de todos».

Aún cuando haya quienes sigan queriendo sumarse al bando de los que odian y destruyen, en esta isla caribeña e irrenunciablemente martiana, somos más los que amamos y construimos, los que fieles a su legado de amor, humanismo y patriotismo, defendemos y fundamos.