De Pascuas sangrientas y fe en la victoria

Pascuas sangrientas

Nadie quiso aquel nefasto Regalo de Navidad. Las horas que pudieron ser de paz fueron teñidas con el dolor y el rojo sangre de la inocencia. Manos asesinas bajo el mando del títere imperialista que gobernaba la Isla en 1956 transformaron el sonar de las campanas en el llamado del terror y el odio.

 

No podían perdonar que Cuba fuera una masa explosiva de libertad, una consecuencia de la acción valerosa de 82 expedicionarios que en días previos surcaron el Golfo de México y el Mar Caribe, y trajeron la esperanza de independencia en la proa del Granma.

 

La Pascua embellecida para los humildes, con el matiz del coraje y el avizorado triunfo, se tornó en el mar de lágrimas de las familias que en el norte oriental perdieron sus almas más jóvenes.

 

Ante la orden de detener la acción contraria al régimen opresor, los sicarios del Coronel Cowley Gallegos desenfrenaron sus dotes de asesinos. Y los toques a las puertas desde la noche del 23 de diciembre hasta el día 26 fueron la antesala del cadalso.

 

Se ensombreció el cielo de las regiones de Holguín y Las Tunas, se estremeció el corazón de un Movimiento Revolucionario, que con el nombre de 26 de Julio hizo tambalear y derrotó años después al opresor. Entristeció un pueblo entero, que bautizó el hecho como Pascuas Sangrientas.

 

La cobardía, trastocada en la ferocidad y la represión, arrebató la luz a 23 hombres defensores de un ideal, convirtió en su cómplice silencioso a la luna; mas no al sol, que reveló los cuerpos golpeados y torturados con saña, las voces ahogadas entre las sogas y la gravedad.

 

Pedro Miguel Díaz Coello, Rafael Orejón Forment, Jesús Feliú, Loynaz Hechavarría, y los otros mártires de aquel diciembre lóbrego fueron sus víctimas, pero esparcieron con sus fluidos la voluntad de continuar la lucha.

 

El dictador Fulgencio Batista creyó que detendría a aquella juventud rebelde con la ofrenda a Hades, sin saber que el dolor por la injusta página de la historia sería una reafirmación al ánimo inclaudicable de Vencer o Morir por la soberanía que ya se gestaba en la cima del Turquino.