El agosto de Manzanillo transpira por cada rincón citadino el aire de fiesta: suenan los cueros y metales que arrastran multitudes, al ritmo de conga y sogón despierta el día y se despide la noche, porque hasta la brisa del Guacanayabo huele a Carnaval.
Por estos días, la Avenida Primero de Mayo ya vive el ir y venir alegre del manzanillero, saboreando esta o aquella oferta de los kioskos levantados como parte del festejo popular, y es inagotable la energía de los hombres que levantan las tarimas para resistir el golpe de la música, que grabada o en vivo pondrá a gozar a los bailadores.
En insospechado espacio grandes y chicos tocan con fuerzas casi de leyenda los tambores y cencerros, los rumberos marcan sus pasillos y evoluciones; y a estas alturas ya los pinceles y acordes musicales hicieron sus alegorías de colores a esa tradición cultural más que arraigada en el pueblo: el Rumbón Mayor, acuñado así por el periodista Pedro Enrique Vera Portales.
«Cuando se habla del Carnaval de Manzanillo, se referencia a Chaca, a Romilio Quezada, a Rafael Aguilera o Guanajay el hombre que tocó la corneta china durante 60 años, a José González o Pito en Santa Elena, a Nene en la nueva luz, a Lino Alar con La canalla perfumada, las máscaras individuales, el hombre que salía en el caballito, los muñecones caricaturescos», detalla Vera Portales.
«Y hay que ver esa vehemencia por las congas, cómo se agitan las caderas, cómo se mueven los pies, cómo la gente disfruta esa algarabía enorme con el repiquetear de los cueros y el calor sofocante, que lo hacen una verdadera locura en el mejor sentido; y que comparado con la zafra cuando arranca puede haber desajustes que deben arreglarse en el camino de cuatro o cinco días que la gente merece».
Su nacimiento en la región, previo a los años 80 del siglo XIX, con vínculo a las fiestas patronales de la creencia católica, pese al origen ancestral de estas celebraciones en las civilizaciones antiguas, le une al San Joaquín manzanillero, que en la víspera del 16 de agosto marca la ruptura de la rutina local como antesala de la Rumbantela.
El recibimiento tiene también el sello sonoro de la radio, a través del insuperable Ecos del Carnaval que casi dos meses antes comienza a calentar la pista y a los bailadores con las vivencias del legendario jolgorio; desde los estudios de Radio Granma o de barrio en barrio, desentrañando las pasiones y promoviendo el deleite de partícipes y escuchas.
«Dinamismo, explosividad, contagio placentero, sazón y salsa manzanillera condimentan desde la radio a esta tradición. Es el medio sonoro por excelencia quien le pone la decoración para que desde cualquier lugar, rompiendo fronteras, se escuche y se viva», describe el Hombre Noticia.
Javier Ortiz Leyva, subdirector de Cultura en este costero municipio, refiere «la fortuna de que al desarrollarse siempre a fines de agosto cierra el Verano, como el mayor acontecimiento donde convergen todas las manifestaciones del arte, con raíces tradicionales, pues se organiza en la comunidad y es el mismo pueblo quien fomenta las actividades que se nutren del patrimonio local inmaterial».
Así, conga, sogón, organilleros, comparseros, profesionales y aficionados al arte en la urbe, hacen una mezcla homogénea, y al unirse con los invitados que prestigian estas citas como la comparsa La Textilera de Santiago de Cuba, La conga de Guáimaro, otorgan elegancia, distinción y riqueza a los desfiles de paseos y comparsas, e imprimen supremacía a los elementos y aportes culturales de cada unidad artística y región, que es lo más importante.
Muchos recuerdan los grandes momentos con las galas inaugurales dirigidas por Luis Haner Planel, y la presencia de Germán Pineli, Consuelito Vidal, por citar algunas figuras; o haber bailado hasta el cansancio con reconocidas orquestas de la música popular cubana, las descargas de la insigne Original de Manzanillo en la tarima del pueblo, y amanecer junto a Cándido Fabré y su Banda para empatar la noche con el día y disfrutar al máximo la fiesta.
Otros, como Antonio Acevedo Hernández, funcionario del Poder Popular, si bien le reconocen como esa huella cultural por excelencia, le saben fuente inagotable de trabajo organizativo meses antes, con la sesión de comisiones para lograr la efectividad, éxito, y disfrute. En sus más de 10 años como jefe de las áreas del carnaval, «aseguro que lleva sobre todo trabajo, por la premisa de que el pueblo se divierta, y que cada edición sea superior a la anterior, pues los manzanilleros lo merecen».
Igualmente lo valora la animadora de espectáculo musicales y directora de la compañía teatral Corales del Golfo, Loumaris López Vila, a cuyo cargo ha quedado la gala de la edición infantil en ocho ocasiones. «Para el manzanillero es lo más grande, su zona de esparcimiento, de reencontrarse en estas fechas, y para los artistas es de mucho hacer porque se trabaja en las carrozas, los cabaret».
Por su parte Yomisel Torres Casí, subdirector técnico artístico de Casa de Cultura municipal, insiste en la grandeza del evento justo desde el corazón del carnaval, porque es allí donde se gesta, desde los ensayos de paseos y comparsas, sus diseños de vestuario, hasta la premiación, todo.
Otros habitantes del territorio como Carmen Reina reiteran que «es fiesta de tradiciones que une a la familia, pura alegría»; mientras Elizabeth Aguilar opina que «entre los rasgos de identidad como la glorieta, Carlos Puebla, la liseta, considero esencial ese: irse arrollando detrás de las congas, con la góndola de la Original y empaparnos, y reírnos, brincar, saltar; cosas que nos van a faltar este año y eso creo que todos lo vamos a sentir, porque si no somos los primeros, quizás los segundos en saber disfrutar de un carnaval».
Este 2020 como parte de la prevención frente a la Covid-19, fue suspendido como todas las actividades festivas a gran escala, porque la prioridad hoy es la salud y la vida. Se añora, no hay dudas, todo el ajetreo y la algarabía típica de sus jornadas precedentes, como se extrañará el bullicio y la cumbancha de sus cuatro días y cinco noches; pero no perderá su fuerza.
Aquella «celebración típica traída de Bayamo, y que de un tiempo a esta parte» se realizaba en la ciudad del Golfo de Guacanayabo, mencionada en 1882, en el periódico local La Verdad, de Ángel Martín Rodríguez, asienta su raíz y se reafirma como sólida esencia y acontecimiento cultural más trascendente de cada año en esta latitud.
Continuará siendo el punto de partida y final de cada época de trabajo y vida del pueblo que lo añora y espera cada año, perdurará en el tiempo como lo ha hecho en estos tres siglos, pues como afirma Vera Portales: «lo mejor que tiene el carnaval de Manzanillo somos los manzanilleros, que le ponemos la tapa al pomo, con la manera de disfrutar, guarachar, rumbear: y se formó lo que se formó, hay fiesta en el caserío, Rumbantela Mayor».