Nadie duda de que necesitamos a Fidel todos los días. Y nos sentimos más seguros cuando lo tenemos con nosotros –en la dimensión que sea–, con su guía y su ejemplo.
Sus valores excepcionales nos hacen hasta «rebobinar» en nuestras mentes un momento junto a él o una conversación, al concebir o concluir alguna Mesa Redonda, en visitas a instalaciones educacionales en el campo, en una cooperativa, un macizo cañero, una presa, o en recorridos por otras naciones.
Cómo olvidar por estos días su presencia y disfrute en los congresos de la Unión de Periodistas. ¡Qué feliz se le veía con quienes llamaba parte de la artillería de la Revolución!
Si querías preguntarle algo, primero tenías que cerciorarte de estar preparado, no solo para una respuesta, sino para un diálogo con alguien a quien ningún tema le era ajeno.
Culto como pocos, hurgaba hasta en lo más profundo cuando quería saber sobre algo o para convencer a quienes le escuchaban.
Fue un interlocutor avezado en sus largas conversaciones con Gabriel García Márquez. Con Frei Betto no solo hablaba de política, sino de religión, de conceptos filosóficos solo perceptibles en alguien con una cultura excepcional.
En Fidel y la Religión, volumen escrito por Betto, fraile dominico, y amigo de Cuba y del Comandante en Jefe, pueden leerse los conceptos sobre el marxismo, pero también sobre la teología de la liberación y otros aspectos en los que, entrevistador y entrevistado hacen gala de un diálogo profundo, transparente y de un contenido humanista sobre todas las cosas.
En su conversación con Ignacio Ramonet (Cien horas con Fidel) no se detuvo ante ninguna pregunta, y se mostró familiarizado con cada tema indagado.
No había asunto desconocido para él. Por eso fue capaz –con su genio– no solo de hablar de Medicina, sino de concebir un sistema de Salud único para su país, y de alcance universal, como se ha demostrado.
Fue el hombre que hizo de la palabra solidaridad un valor intrínseco para la vida, para quienes la recibían y para quienes la brindaban desinteresadamente.
En el reciente Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo, en La Habana, el pensamiento de Fidel fue la expresión más acabada en los necesarios debates, en un mundo en el cual el egoísmo, el odio, la locura belicista y otros males, reverdecen queriendo perpetuar sus raíces, para seguir dañando la vida, mutilando la felicidad y haciendo del dinero una especie de único dios, que debe predominar por encima, incluso, del ser humano.
Siempre supo escuchar y lo hacía lo mismo con el campesino de la Sierra, de una cooperativa agropecuaria, que con el médico o el científico, a quienes instaba a hacer de su profesión una escuela de amor por la vida.
Es el hombre con más epítetos: el Comandante, el gigante, el genio, el Jefe, el caballo. Y yo le agregaría uno más: «el necesario», quizá al que más acudamos ante cualquier duda o cuando queremos no dejarnos vencer por las dificultades presentes o por la frustración ante algún revés transitorio, ya sea un juego de beisbol, una rotura en una planta generadora de electricidad, una incomprensión, o cualquier otra adversidad.
Me enorgullece tenerlo siempre presente y poder acudir a él, volver a sus reflexiones, a sus discursos, y, en lo personal, a aquellos momentos en que, por razones de trabajo, además de estar cerca, lo escuché, le hablé, me preguntó, le respondí.