El Padre de la Patria

Mientras, desde los inicios del siglo XIX, la inmensa mayoría de los pueblos americanos colonizados por España, rompían sus ataduras de la metrópoli, Cuba permanecía en esa órbita colonial. Esta situación motivó a la monarquía hispana, a proclamarla como ¡La siempre fiel Isla de Cuba!

Los acaudalados terratenientes cubanos, sobre todos los del Occidente, sentían resguardadas sus enormes fortunas a la sombra española, no queriendo por ello, arriesgar sus privilegios en una empresa independentista, que pudiera dar al traste con los mismos. Como se aprecia, estos señores, pusieron sus intereses personales, por encima de los intereses de la patria y se convirtieron en fervientes adláteres de la corona.

Sin embargo, hacia la segunda mitad de siglo, la situación se hacía insostenible para los hacendados criollos del Centro y del Oriente de la isla, los cuales, en relación con los occidentales, presentaban una situación económica desfavorable.

A ello contribuía, la onerosa carga tributaría, cada vez más creciente, que se veían obligados a pagar, para financiar los apetitos de reconquista americana o, para que los funcionarios venales, de la burocracia colonial, amasaran nuevas fortunas; la existencia de plantaciones cañeras y cafetaleras más pequeñas; la propia presencia de la esclavitud, que frenaba su desarrollo, y la existencia de pequeñas fábricas productoras de azúcar, que impedía competir en el mercado con los grandes productores.

Sumado a lo anterior, la falta de libertades políticas, la escasa representatividad de los criollos, en las decisiones del gobierno colonial, el fracaso de los movimientos reformistas, en sus diferentes etapas, dado el desprecio colonial y, a la vez, el desarrollo de un sentimiento autóctono, fueron conformando una visión nueva, que comenzó a cambiar la mentalidad de los hombres más prominentes y cultos de la zona oriental.

Entre esos hombre se encuentran Francisco Vicente Aguilera, Pedro (Perucho) Figueredo, Donato Mármol, Tomás Estrada Palma y Francisco Maceo Osorio, todos ellos avecindados en el próspero San Salvador de Bayamo; Vicente García, en Las Tunas y Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, Manuel (Titá Calvar) y Bartolomé Masó en “El Puerto Real del Manzanillo”.

Estos hombres, comenzaron a reunirse, analizar y debatir acerca de la situación económica, política y social que les correspondió vivir. Todo esto simulado, en el contexto de las diferentes logias masónicas, donde ocupaban variadas responsabilidades, en la estructura organizativa de las mismas.

Diferentes acontecimientos en el plano internacional, fueron abonando el camino de los criollos en su resolución independentista. Sin duda alguna, la independencia de las Trece Colonias de Norteamérica, significó un ejemplo digno de imitar, la sublevación de esclavos en Haití que rompió las cadenas coloniales francesa, así como la liberación de los pueblos hispanoamericanos, las crisis económicas mundiales de 1857 y 1866, que recrudecieron la ya difícil situación de los menos acaudalados.

Por otro lado, la intervención francesa en México y la pretensión de instaurar allí la monarquía con Maximiliano de Austria como emperador, contando con la anuencia española y la resistencia de los aztecas a tal pretensión, con el presidente Benito Juárez al frente; los sueños de reconquista española, de los territorios de Chile y El Perú y la intervención ibérica en Santo Domingo, exacerbaron en nuestros padres fundadores, la convicción de que la solución cubana, pasaba sólo por su independencia.

Así entonces, la conspiración patriótica se va afianzando y ganando adeptos. Las reuniones, se suceden una tras otras. Ejemplos de ellas son las efectuadas en la “Finca San Miguel del Rompe”, en el territorio de Las Tunas en agosto, “Finca Muñoz” en septiembre y “Ranchón de los Caletones”, esta última entre Aguilera y los manzanilleros. Todo ello en 1868 con suma cautela, porque las autoridades están alertas, ya que conocen de la desafección de los complotados en relación a la “MADRE PATRIA”

Por su augusta presencia, prestigio y ascendencia, la figura más descollante es Aguilera. Es el más rico entre todos, el iniciador de la conspiración. El “Comité Revolucionario de Oriente» (Comité de Bayamo), bajo su autoridad e influencia, deseaban que se produjera el alzamiento posterior, a la zafra azucarera, finales de diciembre, con vistas a poder disponer de más recursos para la lucha. Sin embargo, el más impetuoso y más radical es Céspedes. Sus palabras, en una de esas reuniones son, por sí solas, muestra elocuente de su pensamiento, al expresar:

“Señores, el poder de España, está caduco y carcomido, si aún nos parece grande y fuerte, es porque llevamos más de tres siglos, contemplándolo de rodillas, ¡LEVANTÉMONOS!

Esta vehemencia, a sus 50 años, era consustancial con su temperamento rebelde. Nacido en 1818, desde temprano mostró su oposición tenaz a la dominación española. Había nacido en cuna de oro, viajado por Europa, estudiado la Carrera de Derecho, desarrollado su talento ajedrecístico y sus habilidades en la esgrima. Fue deportado de su natal Bayamo, primeramente a Santiago de Cuba y luego a Manzanillo donde, combina sus labores propias de dueño de tierras, con sus aficiones por la literatura, el teatro, la pintura, la poesía, las actividades sociales y su labor de Venerable Maestro en la “Logia Buena Fe”

Céspedes irrumpe en la historia aquella mañana del 10 de Octubre de 1868, cuando la campana de su ingenio “La Demajagua”, tocada a rebato, convoca, no ya al trabajo, sino a luchar por la independencia. Allí se encuentran su hermano Francisco Javier. También su gran amigo Bartolomé Masó, Eligio Izaguirre, Manuel Anastasio Aguilera, Porfirio Tamayo y Tomás Barrero, entre otros.

Esa sublime mañana, el patricio proclama la decisión de lanzarse a la insurrección, da a conocer al mundo, las causas y los objetivos de la revolución que comienza, en el histórico “Manifiesto del 10 de Octubre” y, en acto altruista y patriótico, otorga la libertad a sus esclavos, invitándolos a sumarse, a la contienda bélica, ahora como cubanos libres.

Al decir de José Martí (…) “y no fue más grande cuando proclamó a su patria libre, sino cuando reunió a sus siervos, y los llamó a sus brazos como hermanos”

Martí no se detiene en elogios hacia aquellos que iniciaron nuestra epopeya independentista y enfatiza (…) «Los misterios más puros del alma se cumplieron en aquella mañana de La Demajagua, cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna, salieron a pelear, sin odio a nadie, por el decoro, que vale más que ella: cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos: “¡Ya sois libres!” ¿No sentís, como estoy yo sintiendo, el frío sublime de aquella madrugada?…»

El día 10, Carlos Manuel y sus hombres, lo pasaron en el ingenio a la espera de noticias de los otros complotados en las zonas aledañas y, organizando la marcha hacia Bayamo. Esta se emprende el día siguiente y son atacados en el poblado de Yara, donde los cubanos sufren gran descalabro. Ante el escepticismo de algunos, Céspedes patentiza su decisión, “Aún me quedan doce hombres, bastan para hacer la independencia”

A pesar de los inconvenientes, el 18 de Octubre hace su entrada triunfal en su natal Bayamo, donde después de librarse algunas escaramuzas, como la sucedida en la cárcel, toma la ciudad. En esas acciones combativas, se destaca un humilde agricultor dominicano llamado Máximo Gómez, quien demostró, a lo largo de las luchas independentistas, su reciedumbre, capacidad de mando y estrategia militar.

Bayamo se convierte en la primera “Capital Insurrecta de Cuba Libre”. En esa gloriosa jornada, Candelaria (Canducha) Figueredo, hija de Perucho, cabalgando por la ciudad, hace flamear la bandera tricolor enarbolada en La Demajagua y, dos días posteriores, se entonan las notas de un himno de guerra, con letra del propio Figueredo que devendría en nuestro Himno Nacional.

Al combate corred, bayameses,

que la patria os contempla orgullosa.

No temáis una muerte gloriosa,

que morir por la patria es vivir.

En cadenas vivir es vivir

en afrenta y oprobio sumido.

Del clarín escuchad el sonido.

¡A las armas, valientes, corred!

Los ecos de la clarinada de La Demajagua, han corrido como reguero de pólvora. Se suceden alzamientos en otras comarcas orientales. El 23 de ese mismo mes, una recia mujer oriental, en la serranía santiaguera, hace jurar a su marido y sus hijos luchar por la independencia de Cuba o morir. Esa es mariana Grajales, la madre de los Maceo.

El 4 de noviembre de 1868 se levanta El Camagüey, sobresaliendo el joven abogado Ignacio Agramonte y Loynaz y más tarde, en febrero de 1869, se suman Las Villas.

Ante la inminente caída de Bayamo en manos españoles, a consecuencia de la arremetida de superiores y mejor armadas fuerzas militares españolas, conocida como “La Creciente de Valmaseda”, los habitantes bayameses, sin importar linaje, riquezas, posición social o color de la piel, deciden incendiar la ciudad antes de verla rendida al opresor. “El Incendio de Bayamo”, acontecido el 12 de enero de 1869, constituye una de las páginas más gloriosas de nuestra historia. Para graficar la grandeza de este acto de sacrificio sublime, resulta imprescindible, regresar a Martí:

“…cuando el sacrificio es indispensable y útil, marcha sereno al sacrificio, como los héroes del 10 de Octubre, a la luz del incendio de la casa paterna, con sus hijos de la mano”.

Sin lugar a dudas, el «Incendio de Bayamo», constituye una de las páginas más gloriosa de nuestra historia.

Se impone el imperativo de alcanzar la unidad de todas las fuerzas patrióticas. Un primer intento, para lograr tal propósito, es la convocatoria a una asamblea constituyente, la que tiene lugar en el poblado camagüeyano de “Guáimaro”, los días de 10 y 11 de abril de 1869. Todos quedan en acuerdo de organizar la República en armas y proclamar la abolición de la esclavitud. Sin embargo, el foco de la discusión se centra, en las forma de lograr estos objetivos.

Céspedes, en representación de los orientales y Agramonte por la parte de Camagüey y Las Villas, polarizan la discusión. El primero plantea establecer un mando único con la tarea de lograr la independencia, Agramonte, temiendo se repitiera el mal del caudillismo y por ende la dictadura, que tanto daños habían hecho en las repúblicas americanas, sostenía establecer una Cámara de Representantes a la cual se subordinarían el Presidente de la República y el General en Jefe del ejército.

Por otra parte, los camagüeyanos y Villareños, enarbolaban la radical posición de abolir, de inmediato y sin indemnización, la esclavitud. Céspedes, que había dado la libertad a sus esclavos, veía que ello acarrearía, la no incorporación de los hacendados occidentales, por lo que se mostraba partidario de la abolición gradual e indemnizada.

Los ardientes discursos asambleístas y las posiciones encontradas, marcaron las diferencias entre los dos paladines de la misma y, en cierto modo, una mutua animadversión personal.

En definitiva, triunfaron los postulados agramontinos, Céspedes fue electo Presidente de la República en Armas, Agramonte formó parte de la Cámara de Representantes, Manuel de Quesada designado General en Jefe del Ejército Libertador y la “Bandera de La Estrella Solitaria” proclamada como enseña nacional.

En relación al Patriarca Fundador, Martí caracteriza al mismo en su trabajo “Céspedes y Agramonte”, publicado en “El Avisador Cubano”, Nueva York, 10 de octubre de 1888, Martí caracteriza al patriarca fundador:

(…) “Pone en paz a los celosos; con los indiferentes es magnánimo; confirma su mando por la serenidad con que lo ejerce. Es humano y conciliador. Es firme y suave (…) Cree que su pueblo va en él, y como ha sido el primero en obrar, se ve con derechos propios de padre, sobre su obra. Asistió en lo interior de su mente al misterio divino del nacimiento de un pueblo en la voluntad de un hombre, y no se ve como mortal, capaz de yerros y obediencia, sino como monarca de la libertad, que ha entrado vivo en el cielo de los redentores” (…)

En su condición de Presidente de la República en Armas, Céspedes envía una carta a C. Sumner, a la sazón Presidente de la Cámara de Representantes, con fecha 10 de agosto de 1871. Entre otros aspectos, en la misma reza:

Nuestro tema es y será siempre: Independencia o Muerte. Cuba no sólo tiene que ser libre, sino que no puede ya ser esclava”

Un rudo golpe sufre Céspedes cuando en 1870 se le comunica, por el mando español, que su hijo Amado Oscar, ha sido hecho prisionero y en su lugar se le propone respetar su vida a cambio de que él, Carlos Manuel, deponga las armas y salga al extranjero. La respuesta del patriota no pudo ser más digna y contundente:

Oscar no es mi único hijo, “YO SOY EL PADRE DE TODOS LOS CUBANOS”

A pesar del distanciamiento entre Céspedes y Agramonte, el honor y sobre todo, el amor a Cuba, se manifiesta por encima de cualquier otra consideración.

Muestra de lo anterior queda reflejado cuando, en el Estado Mayor del Bayardo Camagüeyano, un grupo de sus oficiales, hacían comentarios reprobatorios de Carlos Manuel. El Mayor, como llamaban a Agramonte, reconcentrando en su rostro todas sus energías les espetó:

(…) “¡Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del Presidente de la República”!

La exacerbación de las contradicciones del Presidente de la República con la Cámara de Representantes llevó, por parte de la misma, en reunión efectuada en Bijagual, octubre de 1873, a la destitución del Padre de la Patria de tan alta investidura. Ante los intentos de algunos de sus adeptos de resistir, con las armas, esta decisión parlamentaria, Céspedes sentenció, “Por mi no se derramará nunca sangre cubana”

Lo anterior revela la talla moral y patriótica de aquel que, habiendo iniciado la lucha independentista, ahora quedaba cohibido de toda representación oficial.

Carlos Manuel con hidalguía pero con mucha amargura, se retiró a su finca San Lorenzo, donde compartía con los campesinos de la zona, que sentían devoción y respeto hacia tan insigne y entrañable figura. Gran parte de su tiempo lo dedicó a leer, escribir, enseñar las primeras letras a los habitantes del lugar y recibir amigos.

El 27 de febrero de 1874, una patrulla española asalta el retiro cespedista conminando al patriarca a la rendición, pero éste, lejos de claudicar, se bate, revólver en mano, con el enemigo y cae barranco abajo, dejando con ello, un legado imperecedero para todos los cubanos.

Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, refulge, como estrella rutilante en el firmamento cubano, por ser el iniciador de nuestras luchas libertarias, por ser justamente, como los cubanos lo queremos recordar: “EL PADRE DE LA PATRIA”

Escrito y publicado por: Julián Naranjo (tomado de su perfil de Facebook)