
El fuego de fusiles peninsulares irrumpió en la madrugada del siete de diciembre de 1896 en el campamento mambí. Aquel estampido despertó del sueño al mayor general Antonio Maceo, y como rayo sagaz corrió a su caballo para llamar al contraataque.
No se escuchó entonces más en San Pedro que la voz del Titán. Erguido en su corcel y con el machete en alto como para invocar hasta a las palmas, sentenció con su palabra “sedosa, como la de la energía constante”, y firme, la convicción de derrotar al enemigo.
Y cabalgó como antes lo hizo: sereno, puro, con la frente y el pecho dispuestos a ofrendar sangre y vida por la independencia que recio defendió en Baraguá. Pero esta vez, de modo imperdonable para el destino, una bala asesina robó su aliento. Y aunque le hizo caer de su montura, no impidió que la estirpe y entereza del mulato Maceo fuera absorbida por la tierra cubana y su gente, como lo fue la sabia de la herida mortal.
Ante el fuego nutrido, el cuerpo quedó solitario en los matorrales. Sin embargo, aquel espíritu de fulgor propio, de esencias gentiles y valor sin par, atrajo la fidelidad de Panchito Gómez Toro, quien en gesto supremo de lealtad murió junto a su General.
Y ascendió de súbito al penacho de la palma, al cielo redentor que cubría a los hombres y mujeres amantes de la Patria, al corazón de una Isla forjada con la bravura y tenacidad de guerreros como él, ungida con la firmeza de sus ideales.
Retumbaron en los oídos los epítetos que refería hacia sí mismo: “ciudadano de la República”, “soldado del deber”, “ciudadano que viste el traje guerrero”, para quedarse en eco en los oídos de los cubanos de ayer y hoy.
Con la fuerza de su mente y de su brazo sostiene aún en la gloria la bandera que portó, esa de la que una vez dijera: “Los cubanos no tienen más que una bandera, la de la independencia, que cobija a todos los hombres, de cualquier origen y raza que sean”.
Y hoy, con las 27 heridas de su cuerpo, ensilla y monta una vez más el caballo blanco y cabalga, con la mirada fija en los campos cubanos rociados de honor, y muestra que, como una vez confió a Máximo Gómez: “He sido lo que soy, un obrero de la libertad”.