«Si ellos —el pueblo cubano— sienten hambre, botarán a Castro», comentó el presidente norteamericano Dwight D. Eisenhower en una reunión con algunos de sus principales asesores en la Casa Blanca el 25 de enero de 1960.[i]
La fecha no es para nada insignificante. En ese momento aun no existían relaciones diplomáticas con la URSS, no se habían producido las nacionalizaciones más amplias a las propiedades estadounidenses en la Isla y tampoco se había declarado el carácter socialista del proceso cubano, sin embargo, el gobierno de Estados Unidos ya había lanzado su apuesta desde los primeros meses del año 1959: usar todo el poderío a su alcance para derrocar a la naciente Revolución Cubana.
Las medidas de coerción económica tendrían de inmediato un peso significativo en las propuestas de curso a seguir con relación a Cuba en los círculos de poder norteños.
A pesar de los innumerables pretextos que se fueron construyendo a través de los años en el discurso político estadounidense: «la amenaza roja en el caribe», «la alianza con la unión soviética», «el apoyo a los movimientos de liberación en América Latina», «la presencia militar cubana en África», luego «los derechos humanos y el sistema político», entre muchos otros, la razón de fondo no era otra -y lo sigue siendo hoy- que el inaceptable hecho para la élite de poder en Estados Unidos, de la existencia a 90 millas de sus costas de un proceso realmente emancipador, de posturas firmes en la defensa de su soberanía, tanto desde el punto de vista doméstico como internacional.
Frente al avance exitoso de las transformaciones sociales y el prestigio internacional de la Revolución y sus principales líderes, Washington aceleró sus acciones de presión y sabotaje económico contra la Isla, aprovechándose de la condición dominante de la que se había privilegiado durante casi 60 años de República Neocolonial Burguesa, así como de la asimetría de poder existente entre ambas naciones.
El 6 de abril de 1960, se revelaría nuevamente la esencia de la política de guerra económica contra Cuba cuando el secretario asistente de Estado, Lester D. Mallory, ampliara aún más la argumentación malévola expresada con anterioridad por el presidente Eisenhower: “La mayoría de los cubanos apoyan a Castro (…) no existe una oposición política efectiva (…) el único medio previsible para enajenar el apoyo interno es a través del descontento y el desaliento basados en la insatisfacción y las dificultades económicas (…) Debe utilizarse prontamente cualquier medio para debilitar la vida económica de Cuba (…) negándole a Cuba dinero y suministros con el fin de reducir los salarios nominales y reales, con el objetivo de provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”.[ii]
En marzo del propio año, junto al Programa de Acciones Encubiertas contra el régimen de Castro, el presidente estadounidense había aprobado un Programa de Presiones Económicas contra Castro. Al parecer, según sugieren documentos desclasificados en Estados Unidos, a partir de esa fecha se creó un grupo super secreto presidido por el secretario del Tesoro, Robert Anderson-una de las figuras que mostró mayor hostilidad hacia a la Revolución Cubana dentro de la administración Eisenhower- encargado de estudiar y poner en práctica las medidas de hostilidad económica contra la Isla.
En sus últimos seis meses en el cargo, Eisenhower se encargó de empujar y buscar el rompimiento de las relaciones diplomáticas, así como dar los pasos fundamentales en dirección al establecimiento de un total bloqueo económico contra Cuba. En esa dirección se destacan medidas como: el golpe petrolero -cuando se redujo el suministro de petróleo a la Isla y luego las compañías estadounidenses ESSO y TEXACO, y la británica SHELL, instigadas por el gobierno estadounidense se negaron a refinar el petróleo proveniente de la Unión Soviética- y la reducción de la cuota azucarera en el mercado estadounidense, acciones que se sucedieron una detrás de la otra, antes de que el gobierno cubano anunciara las nacionalizaciones en el año 1960.
Todo lo dicho anteriormente fundamenta el hecho de que, cuando el 3 de febrero de 1962 el presidente estadounidense John F. Kennedy firmó la Orden Ejecutiva Presidencial No. 3447, a través de la cual se oficializó el bloqueo total al comercio con Cuba, ya la guerra económica contra la isla venía desarrollándose desde el propio año 1959, alcanzando en ese momento un punto clímax como parte de la maduración del sistema de agresión económica que Estados Unidos había desplegado contra la Mayor de las Antillas.
El bloqueo no fue entonces una respuesta a las nacionalizaciones llevadas adelante por Cuba en 1960, como en algunas visiones –intencionadas o no- se intenta hacer ver, las nacionalizaciones de 1960 fueron la respuesta de la Revolución a la guerra desatada por el gobierno de Estados Unidos para hacer implosionar la economía de la Isla.
Las nacionalizaciones –necesarias y totalmente legales de acuerdo al derecho internacional-, aunque estaban comprendidas en el proceso revolucionario, fueron aceleradas como respuesta a las medidas de hostilidad económica emprendidas por Washington contra Cuba. No obstante, la dirección del país mostró su disposición a compensar a los afectados, pero los gobernantes del norte se negaron a abordar el asunto. Quizás la negativa estuvo dada en el hecho de que, en aquel contexto, no interesaba al gobierno yanqui negociar con una Revolución a la que pensaban derrocar en breve tiempo –ya se preparaba la invasión mercenaria-, recuperando por la fuerza las propiedades nacionalizadas.
Con el paso del tiempo, el bloqueo se ha convertido en un andamiaje de acciones, sanciones y leyes aprobadas por las sucesivas administraciones norteamericanas, manteniendo el propósito de rendir por hambre y necesidades al pueblo cubano y torcer su voluntad de construir un modelo de sociedad totalmente independiente y soberano, esta política se ha acompañado de campañas propagandísticas, subversivas y de guerra psicológica, que intentan presentar al sistema cubano como un fracaso, y a las principales penurias de su población -generadas por los efectos del bloqueo- como responsabilidad de sus gobernantes.
Sin duda, este amplio régimen de sanciones económicas, que se conoce como bloqueo, ha sido la piedra angular de la política norteamericana contra Cuba durante más de seis décadas. Las pérdidas económicas alcanzan cifras exorbitantes, pero incalculable ha sido el costo humano, su impacto en las personas —más del 70% de la población cubana ha nacido bajo el bloqueo—, también ha vulnerado los vínculos entre las familias a ambos lados del estrecho de la Florida y ha afectado a los estadounidenses interesados en viajar, comerciar o cooperar con Cuba en distintas esferas importantes como la ciencia, la educación y la cultura. El bloqueo también vulnera los derechos humanos de los estadounidenses.
Sin embargo, a pesar de los insondables daños que ha provocado el bloqueo, la Isla ha saltado sobre los imposibles llevando la solidaridad a los lugares más insospechados del mundo, pues si algo no ha podido frenar el bloqueo son los valores altruistas e internacionalistas del pueblo cubano. En esa historia resalta la más reciente epopeya de la solidaridad cubana en el enfrentamiento a la pandemia de la COVID-19, cuando alrededor de 60 brigadas médicas del contingente Henry Reeve han brindado ya sus servicios en numerosos países del orbe. Cuba y sus científicos han hecho también historia, en especial el campo de la Biotecnología, -gracias a la visión estratégica de Fidel Castro Ruz-, con la creación de cinco candidatos vacunales -tres de ellos ya confirmados como vacunas-, para enfrentar el virus del Sars-Cov-2. Cuando vemos estos logros y muchos otros que nos llenan de orgullo en medio de desafíos colosales, no podemos al mismo tiempo dejar de preguntarnos hasta dónde pudieran haberse beneficiado los cubanos, estadounidenses y otros millones de personas en el mundo, de no haber existido el bloqueo criminal que durante más de 60 años ha sufrido el pueblo cubano como principal obstáculo a su desarrollo. ¿Hasta dónde hubiera podido llegar esta pequeña y gigante a la vez isla del Caribe, si a pesar de obstáculos tan descomunales impuestos por la principal potencia del orbe, ha logrado no solo resistir, sino crear en beneficio de su pueblo y de la humanidad toda?
Ante cada nuevo triunfo de Cuba, se remueve e intenta hacerse sentir la rabia, el rencor y el miedo de los sectores extremistas que desde el norte siguen empeñados en tratar de barrer de la faz de la tierra -si les fuera posible- el ejemplo de dignidad, lucha y solidaridad- del pueblo cubano y su revolución. Se insiste en el argumento de que el bloqueo ha sido un pretexto del gobierno cubano para esconder o justificar sus errores y fracasos ¿Si esto fuera cierto, por qué entonces no eliminan de una vez ese pretexto? ¿Por qué no dejar en paz a Cuba para ver si “fracasa” por sí sola ante los ojos del mundo? ¿A qué se le teme?
Lo cierto es que el bloqueo sigue ahí, como un puñal en la garganta de los cubanos. Barack Obama fue el primer presidente norteamericano en señalar que había sido un instrumento fallido y debía ser eliminado, pero se abstuvo de vaciarlo de su contenido fundamental a pesar de contar con las prerrogativas ejecutivas para hacerlo. En sentido inverso, la administración Trump llevó la aplicación del bloqueo a límites insospechados e inéditos. Trató por todas las vías posibles de estrangular económicamente a la Isla, más de 240 medidas unilaterales fueron aplicadas durante su mandato, que no solo continuaron durante el comienzo y desarrollo de la pandemia del COVID-19, sino que se recrudecieron aun más.
El triunfo de Joe Biden, por el Partido Demócrata, en las elecciones presidenciales de Estados Unidos si bien constituyó una bocanada de aire fresco para el mundo y desató las esperanzas de un cambio en la política hacia Cuba, la realidad es que hasta el momento la nueva administración no ha movido ni un milímetro las sanciones económicas que hoy están haciéndose sentir con mucha fuerza en la población cubana debido a los efectos múltiples de crisis que ha provocado la pandemia.
Nuevamente funcionarios de la administración Biden apelan al pretexto de los derechos humanos para justificar una política genocida. En este sentido, muchos continuamos preguntándonos cómo es posible que Estados Unidos pretenda defender los derechos humanos negándole el derecho a la subsistencia a todo un pueblo, a través de un régimen de sanciones económicas que precisamente lo que ha buscado es provocar hambre y desesperación, violando de forma flagrante, masiva y sistemática los derechos humanos a millones de cubanos durante décadas. Mas todo esto ha sido parte del cinismo y el doble rasero que ha caracterizado la política exterior de Estados Unidos, no solo hacia Cuba, sino hacia muchas otras naciones en el orbe que se han rebelado contra el orden de dominación imperial existente.
Sobre la base de algunos conocimientos mínimos de historia y de las esencias que han caracterizado la proyección internacional del imperialismo norteamericano, ¿puede alguien creer que al gobierno de ese país le interese realmente los derechos humanos en Cuba, o la manera en que se organiza su sistema político, si hay uno o más partidos y otras cuestiones que forman parte de la retórica de su discurso oficial? Sabemos que, a la élite de poder de la nación vecina, lo único que siempre le ha interesado de Cuba, es recuperar la hegemonía que perdió el 1ro de enero de 1959. Por otro lado, basta con echar una ojeada a otras realidades de nuestro continente, a países donde hoy se practica el asesinato y la tortura política, la desaparición forzosa, los jóvenes pierden sus ojos por balas de gomas usadas en la represión a manifestaciones, donde se violan los derechos humanos más elementales todos los días, y el gobierno de Estados Unidos no solo no aplica ningún tipo de sanción económica contra ellos, sino que ni siquiera se pronuncia. Y es que cuando se trata de gobiernos que responden a las lógicas de dominación de Washington, esas realidades pasan por invisibles.
Si algún día Estados Unidos abandonara la política de instrumentalización y doble rasero de los derechos humanos en Cuba, como parte de su estrategia de cambio de régimen, y se dedicara a pensar seriamente en cómo ayudar a garantizar esos derechos humanos en la Isla, en su propio país, y en el mundo, no solo levantaría de inmediato el bloqueo económico, sino que encontraría a 90 millas de sus costas al mejor aliado para enfrentar el gran reto que hoy significa poder asegurar los derechos humanos a millones de personas, en especial el más elemental de ellos, el derecho a la vida, hoy más amenazado que nunca.
Notas
[i] Foreign Relations of the United States, 1958–1960, Cuba, Volume VI. Document 436. Memorandum of a Conference With the President, White House, Washington, January 25, 1960
[ii] Foreign Relations of the United States, 1958–1960, Cuba, Volume VI. Document 499. Memorandum From the Deputy Assistant Secretary of State for Inter-American Affairs (Mallory) to the Assistant Secretary of State for Inter-American Affairs (Rubottom),Washington, April 6, 1960.