La CIA y el arte como blanco de las acciones subversivas contra Cuba

La CIA trabaja fundamentalmente hacia los jóvenes, intentando penetrar los centros culturales, religiosos, estudiantiles o sociales y los grupos informales. Foto: Endrys Correa Vaillant

La Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos dedica sus mejores recursos humanos a las operaciones contra Cuba. Sus especialistas, altamente calificados, son cuidadosamente seleccionados, y muchos de ellos son veteranos de la Guerra Fría.

La CIA trabaja fundamentalmente hacia los jóvenes, intentando penetrar los centros culturales, religiosos, estudiantiles o sociales, y los grupos informales.

Presenta sus proyectos con una falsa imagen progresista, rebelde, glamurosa y externamente atractiva. Dirige su propaganda al sobredimensionamiento de los «fracasos» del socialismo y a popularizar las «ventajas» de las sociedades de consumo.

Los objetivos son restar partidarios a la Revolución, llevar la desesperanza, la falta de fe en el futuro y presentar al capitalismo como única solución a los problemas nacionales.

Uno de los blancos principales de la CIA, sobre todo a partir del año 2000, fueron los artistas e intelectuales cubanos. Ese año, la entonces primera secretaria de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en Cuba, Vicky Huddleston, organizó y orquestó un ambicioso plan junto con la élite de las organizaciones dedicadas a la subversión contra la Mayor de las Antillas, fundamentalmente la Usaid y la NED, bajo orientación de la CIA, contra la Séptima Bienal de La Habana.

Estaba previsto que más de 3 000 personas viajarían a Cuba, no solo artistas, también galeristas, marchantes, importantes comerciantes de arte para participar en la Bienal, del 17 de noviembre de 2000 al 6 de enero de 2001.

Visto así parece excelente. Cientos de estadounidenses dándose cita en La Habana, donde se ocuparían de promocionar, exponer y vender las obras de los artistas cubanos en el exterior. Pero el objetivo no era ese; tampoco promover el arte suyo en la Isla. No existía una gota de solidaridad en el plan del Gobierno de EE. UU.

La ayuda estaba condicionada, pues los trabajos debían presentar una imagen distorsionada de la realidad cubana. Expondrían en sus galerías, y pagarían solo lo que mostrara el peor lado del país en revolución, promocionarían todo lo que miente, lo que enloda y lo que engaña.

Los objetivos eran crear un estado de opinión desfavorable en torno a la Revolución, fabricar un fenómeno cultural ficticio que hiciera creer al mundo que los artistas cubanos se oponían al sistema político, y generar un movimiento interno que vinculara a los más destacados creadores jóvenes con la contrarrevolución tradicional, propiciando un estado de opinión favorable a sus planes de guerra contra Cuba.

Creían haber dado con el plan perfecto, con muchos de los grandes cerebros de la subversión trabajando en su elaboración para manipular a su favor la Séptima Bienal. Pero salió mal. Otro «brillante» proyecto yanqui se estrelló contra la moral, la firmeza y el patriotismo de los artistas cubanos.