La Historia me absolverá, alegato del futuro

“Condenadme, no importa. La Historia me absolverá” fue el pronunciamiento final del histórico alegato del joven Fidel Castro el 16 de octubre de 1953. En este llegó una sentencia que el pueblo cubano y el devenir en pos de la soberanía y progreso de la Patria hicieron realidad.

Valentía, principios rectorados por la dignidad, consagración a una causa justa dirigida al beneficio de los humildes y del pueblo en general, le valieron al abogado para asumir su defensa, y redimir a otros tantos jóvenes valerosos que protagonizaron las acciones de la mañana de la Santa Ana, el 26 de julio.

“Solo quien haya sido herido tan hondo y haya visto tan desamparada la patria y envilecida la justicia puede hablar en una ocasión como esta con palabras que sean sangre del corazón y entrañas de la verdad”, dijo el muchacho ante el tribunal instalado en un cuarto del Hospital Civil de santiago de Cuba que fungió como juzgado en el intento de suprimir la repercusión del suceso.

Con sus palabras Fidel rompió el silencio. La convicción de sus ideales sobrepasó las paredes y oídos corrompidos, y se esparció a raudales en la denuncia de los vejámenes de la tiranía, en la condena a los crímenes cometidos contra aquella generación que no dejó morir al Apóstol en el año de su centenario.

La expresión pura del futuro hacer fue su exposición. El denominado Programa del Moncada emergió de su garganta como proyección de quienes luchaban por la independencia, y se constituyó como programa político y de acción de la Cuba nueva que nació el primero de enero de 1959.

En su oratoria trascendió José Martí como autor intelectual de los asaltos, del proceder digno de los jóvenes que ofrendaron sus vidas en la gesta, de la magna estrategia a completar para materializar el deseo libertario de los hombres y mujeres de la Isla, del andar irreversible de la Revolución.

Desde allí, rodeado de bayonetas, el joven proclamó la posición firme de sus hermanos de luchar hasta conseguir otorgar garantías de libertad, salud, educación, trabajo, tierra, vivienda, al suelo que les vio nacer, y de solidaridad y hermandad a otras latitudes, desde la unidad del movimiento revolucionario y el actuar consecuente con esos anhelos para lograr, además, una constitución legítima que definió como “aquella que emana directamente del pueblo soberano”.

Lo acontecido después confirmó a Fidel no como un joven soñador invadido por las ansias de sus años, sino como un verdadero revolucionario consciente de la realidad de su país y del rol que correspondía a las nuevas generaciones para conquistar la verdadera independencia y progreso: el lado del deber.

En su decir contundente se esgrimió la obra que hoy seguimos construyendo y que regresa a sus palabras y a las del Martí que habita en el alma de la Patria, para fortalecerla en estos nuevos tiempos con la mirada puesta en el mañana.