La huelga del 9 de abril y las dos niñas que nunca conocieron a sus padres

Marcelo Salado en su casa de Caibarién.
Marcelo Salado en su casa de Caibarién.

En una clínica particular de La Habana, sin que ninguna de ellas supiera de la cercana presencia de la otra, con nombres falsos, el 9 de abril de 1958, día escogido para la huelga revolucionaria, Marta Cuervo y Hortensia Ruiz, esposas de Marcelo Salado y Pepe Prieto respectivamente, parían dos saludables niñas.

No podían imaginar que en esos momentos que ya eran viudas.

Las niñas crecieron con el cariño que ambas madres, acompañadas de sus familiares, del aliento que los compañeros de sus esposos les brindaron, y ya mayorcitas, rodeadas de las fotos y las anécdotas de la vida heroica y truncada de sus padres.

No se sabe exactamente a qué hora asesinaron a Pepe. Su cadáver lo reconoció dos días después en el necrocomio Chiqui Mosquera y nos relató ese mismo día a Wilfredo Rodríguez y a mí en el Vivac de la prisión de El Príncipe, que tenía deformada la cara de los golpes y estaba acribillado a balazos.

A Marcelo lo ametralló por la espalda en 25 y G la tarde del 9 de abril, el traidor devenido esbirro, Ramón Calviño. Había bajado del puesto de mando de la huelga para intentar buscar más información del desarrollo de las acciones en la capital. Calviño escapó y volvió en la invasión mercenaria de Playa Girón y fue juzgado y condenado por sus crímenes y no cambiado por compotas.

José Prieto Rodríguez, La Habana, 1929-1958.

De ambos nos ha quedado el ejemplo de sus vidas. Hay fábricas, escuelas y una calle en San Miguel que llevan el nombre de Pepe; de Marcelo, un central en su Caibarién, Villa Clara, que actualmente funciona como un Museo de la Industria azucarera y la escuela provincial de natación de la capital, así como muchos eventos de natación han usado su combativo espíritu para animar a los competidores.

Pero hay algo más importante que eso. Los dos integran, al igual que las decenas de mártires caídos ese día, los valores que nos hacen invencibles: la voluntad de poner al servicio de la patria todo, incluso lo más preciado, sus vidas.

En todo el país la cantidad y diversidad de acciones mostraron la decisión de lucha y sacrificio de nuestro pueblo revolucionario y su voluntad de victoria.

En la capital, el comando que dirigió Marcelo Plá, ya fallecido, pretendió capturar unas setenta escopetas y otras armas, en la armería de la Habana Vieja, para equipar a los combatientes que apoyarían el desarrollo de la huelga, pero no pudo salir de la zona y cayeron combatiendo heroicamente en esas calles Carlos Astiazarraín, Marcelo Muñoz, Roberto Casals y Reynaldo Arlet.

Se asaltaron dos emisoras nacionales para transmitir en la viril voz de Wilfredo Rodríguez el llamamiento a la huelga general revolucionaria; se volaron registros de electricidad en Prado y Ánimas y en Estrella y Lealtad, se hicieron paros y sabotajes en las terminales del transporte de ómnibus de las rutas 4, 5, 22, 43, y 58 y quema de gasolineras y de vehículos, la interrupción del tránsito de entrada y salida de la ciudad por la zona del puente Alcoy, sabotajes, paros y acciones diversas en Guanabacoa, el Cotorro e interrupción de la carretera central en Madruga.

Armería de la Habana Vieja, uno de los sitios asaltados durante la Huelga General del 9 de Abril de 1958.

En Matanzas, Enrique Hart asaltó la emisora local para reiterar la convocatoria, se descarriló el tren en Jovellanos y en el lomerío de Cárdenas, hasta el límite con Corralillo y la carretera central, operaron incipientes grupos armados.

En Las Villas el grupo guerrillero dirigido por Víctor Bordón y las milicias tomaron Sagua la Grande, una de las operaciones urbanas más importantes, bombardeada después por la aviación, atacaron al cuartel de Quemado de Güines e interrumpieron la carretera central en Manacas, pasando luego a operar en las montañas del Escambray. Las milicias en Santa Clara realizaron acciones combativas en el Condado.

En Camagüey se produjo el asalto y sabotaje a la planta eléctrica de Vicente en Ciego de Ávila, se retransmitió el llamado a la huelga por la emisora provincial y se hicieron acciones diversas en la provincia.

Se produjo la paralización en muchos sitios de Oriente por la acción combinada de fuerzas guerrilleras y de la clandestinidad en apoyo a la huelga, que incluyeron la presencia de Camilo Cienfuegos en los llanos del Cauto y el ataque al cuartel de Boniato por las milicias de Santiago de Cuba dirigidas por René Ramos Latour.

Se formó una nueva columna guerrillera, la Pepito Tey que, luego del combate victorioso de Ramón de las Yaguas, se incorporó, bajo la jefatura de Belarmino Castilla, al II Frente Frank País. Igualmente, varios grupos permanecieron alzados y algunos se fueron incorporando a los distintos frentes guerrilleros.

La conmoción producida en todo el país por los hechos del 9 de abril fue intensificada por la brutal represión desatada por el régimen, que dejó el saldo doloroso de más de un centenar de combatientes caídos.

A pesar de su magnitud, no tuvieron suficiente alcance y sincronización como para desencadenar la huelga general revolucionaria y provocar el colapso final de la tiranía. La frustración de aquel objetivo situó al movimiento revolucionario en uno de los momentos más difíciles.

Las acciones acontecidas avivaron la llama de la insurgencia por toda Cuba y en el exilio pese a que errores organizativos, tácticos y de coordinación malograron el éxito de aquella jornada en pueblos y ciudades del país.

Con la transparencia y honestidad que caracterizó hasta su muerte a Faustino Pérez, uno de los máximos responsables de aquellos hechos, reconoció y asumió de inmediato muchas de esas fallas pues con el clima de insurgencia revolucionaria, suficientes condiciones políticas y organizativas y el antecedente del paro espontáneo por la muerte de Frank País, parecía que la huelga podía cristalizar.

Su evaluación, en carta a Armando Hart, entonces detenido, tiene plena vigencia hoy día:

“Los grandes reveses expresan quizás, mejor que las victorias, la magnitud de la lucha. Así de grandes los reveses, mayores aun las voluntades de convertirlos en victorias. En el camino ascendente del pueblo cubano nunca un revés fue ni será definitivo; nunca trajo la parálisis, nunca significó el abandono de la lucha. Las tinieblas del revés jamás apagaron la certidumbre de victoria de los revolucionarios”.

Casi un mes después, el 3 de mayo, en la histórica reunión de la dirección del MR-26-7 de Altos de Mompié en la Sierra Maestra, convocada por Fidel se realizó un análisis crítico del desarrollo de la lucha revolucionaria y de la huelga del 9 de abril cuyo más importante acuerdo consistió en que en lo adelante, desde la sede de la Columna Uno, él asumiría la dirección política y militar de la Revolución.

Otro acuerdo importante fue el cambio de nombre del Ejército Revolucionario del Movimiento 26 de Julio por el de Ejército Rebelde, para que los militantes de cualquier organización revolucionaria pudieran ingresar en sus filas, como expresión de unidad entre todos los combatientes.

Se valoraron allí críticamente los diversos factores del fracaso, como la falta de preparación suficiente, no haber creado un clima previo para que el paro fuera la culminación lógica del mismo, mantener inadecuadamente en secreto la fecha como método para la convocatoria, aplicar débilmente la gestión y voluntad unitaria del Frente Obrero Nacional, FON, que no facilitó la incorporación del Partido Socialista Popular y otros sectores políticos a sus comités de huelga, en desconocimiento del segundo Manifiesto del 26 de marzo firmado por Fidel llamando a la unidad y la caída previa de cuadros fundamentales de nuestra organización como Gerardo Abreu “Fontán”, Sergio González, Arístides Viera y muchos otros.

Aquella reunión constituyó una extraordinaria lección para todos los revolucionarios de cómo se analizan críticamente los problemas y errores, mediante el planteamiento directo y la valoración amplia de las soluciones, de modo que todos lográramos comprenderlos y admitir las justas decisiones que se tomaron.

De ella salió el movimiento revolucionario más fortalecido, con mayor experiencia y unidad y con la perspectiva de la victoria que se obtendría ocho meses después, cuando tras extender la guerra a todo el país, el ejército rebelde, como vanguardia de la Revolución, logró derrotar al ejército de la tiranía, con el apoyo del pueblo, expresado en la toma de Santa Clara, la rendición de Santiago de Cuba, la huelga general del primero de enero y la ocupación de La Habana.

Se trató sin dudas por su trascendencia del inicio del primer embate victorioso contra el neocolonialismo en el mundo, que implantó en nuestra patria como moderno mecanismo de explotación el imperialismo norteamericano, cuando de aliados se convirtieron en ocupantes castrando el proceso independentista iniciado por nuestros mambises.

Aquellas dos niñas no fueron las únicas que no conocieron a sus padres; también cientos de hijos de muchos compatriotas que sacrificaron sus vidas, antes y después de la huelga, para lograr una victoria irreversible, tuvieron al igual que ellas como padres a una nueva patria libre.

Por eso no sólo salió fortalecido el proceso revolucionario con aquella justa valoración de un revés y su ulterior victoria, sino que pudo sembrar en tierra fértil la simiente de la necesaria unidad de las fuerzas revolucionarias que nos permitió no solo derrocar a una sangrienta tiranía, sino desembarazarnos de aquel yugo neocolonial y resistir, avanzar y seguir hoy avanzando, sin claudicar ni hacer concesiones, con una cada vez más sólida revolución socialista en las cercanías de las siempre voraces fauces del imperialismo norteamericano.

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