¿Qué año ha sido este 2020?; ¿con qué vocablos nombrarle…? Cierto profesor entrañable ha decidido calificarle como AnnusHorribilis, y hasta ha recordado a un monarca que en uno de sus peores días, al cabo de una jornada terrible, escribió la palabra «nada» en su diario, a modo de resumen.
Mi mejor amigo, en cambio, me advierte que ahora no será útil el tono gris —«nada de pedirle gardenias a mamá», nada de echarse a morir—; que hay que componerse, acomodar la autoestima en el lugar más alto y mirar con resolución al tiempo que viene.
Este ha sido un año de sobrevivir, de ascender a las esencias y de humanizarnos un poco más mientras constatamos que el dolor es el mismo en todas partes y que la fragilidad es el factor común de nuestra especie.
Mirando al mundo, así como hacemos de vez en cuando con las estrellas, hay que decir que la COVID-19 y su impacto segador reconfiguró la existencia en casi todas las latitudes. Hemos podido ver desde el miedo cómo el nuevo coronavirus ha obrado—y sigue obrando—pasmosos recortes demográficos. Y no pocas veces, del maremágnum de las estadísticas, emergen nombres de seres queridos que la contagiosa enfermedad, o cualquier otro desenlace, nos arrancaron del camino.
Las notificaciones de la partida de alguien ya no llegan en carruajes; las nuevas tecnologías de la información y la comunicación son la pasarela del dolor, del «hoy cayó uno más». Y es como si cada quien, mientras avanzaba el 2020, aparentemente tan inocente en su paridad, se hubiese ido quedando un poco más huérfano.
Como, sin embargo, toda moneda tiene su reverso, hay que decir que Isla adentro el combate por la vida ha sido encarnizado: una legión heroica hecha de trabajadores de la Salud y de científicos, y de muchos jóvenes —a quienes, ya sabemos, se les intenta encasillar en toda época como los «perdidos»—le ha dado la cara al enemigo invisible y devastador.
Ha sido así que, mientras en otros países nuestros semejantes mueren por miles, aquí reportamos –con dolor- una cifra que no llega a los 200 fallecidos. Y así hemos llegado a tener cuatro candidatos vacunales, varios prototipos de ventiladores pulmonares (con uno que se está produciendo y que ya fue probado en humanos con muy buenos resultados). En un futuro, además, tendremos un tomógrafo para poder visualizar las áreas del pulmón que estén llenas de aire y así poder monitorear más celosamente a un paciente durante su estancia en terapia intensiva. Y habrá, también hechos en Cuba, otro tipo de tomógrafo, termómetros infrarrojos, y lámparas de desinfección.
Como si el tiempo universal coordinado pudiera estirarse o encogerse, hemos asistido a la típica audacia de nuestros científicos haciendo en un día lo que debía realizarse en varios, incluyendo en todo la variable de la intensidad y una sabiduría por cuenta de la cual, por ejemplo, ocho académicos nuestros, en este 2020, fueron elegidos como asesores para el enfrentamiento a la COVID-19 en el mundo.
La lista de nuestros pasos hacia adelante en el empeño de preservar la vida es larga. Prefiero mencionar en este instante otras tres verdades que no pueden ser tapadas con un dedo: 53 brigadas médicas Henry Reeve, de Cuba, han atendido, en el 2020, a más de 900 mil pacientes de COVID-19 en 39 países. Este año la Isla pasó de tener cuatro laboratorios de Biología Molecular a 17 actualmente, con lo cual se ampliaron las capacidades diagnósticas, en un salto gigante de las cifras de PCR diarios (de cientos, a decenas de miles). Y al cierre del 17 de diciembre, el 90 por ciento de los pacientes con el nuevo coronavirus en nuestro país, se han recuperado.
Cuba —aun cuando la obsesión imperial, traducida en un bloqueo sin precedentes, la ha querido muerta—ha seguido en movimiento: en el 2020 aprobó 6 leyes y 25 decretos como parte de su cronograma legislativo. Y entre otros logros, sincronizó a su Sistema Electroenergético Nacional la primera bioeléctrica construida en el país, la cual generará electricidad a partir de la biomasa del marabú.
Este año arrancará con el ordenamiento monetario y cambiario, enderezando una economía que debe dejar atrás sus distorsiones e ineficiencias, que está llamada a ser el punto de partida para convertir el trabajo en nuestro canal legítimo de ascenso al bienestar, y también punto de partida para abrigar y levantar a los más vulnerables y necesitados.
Hay que fijarse bien en el cubano, capaz de inspirar el canto de un Homero de estos tiempos: se está sacudiendo el polvo del 2020 y está mirando con resolución al 2021. Experto en sobrevivencias, sabe que después de «malo» no hay más pueblo. «Estoy bien, dice el reventao», reza el refrán que lo retrata y que tanto le gusta. Por eso mantiene la calma; ninguna bobería lo saca del tiesto porque es esencial; y resiste de pie —resiste los anaqueles vacíos, las filas largas, la ausencia de objetos que tendrán que volver—; se busca el sustento jugándole cabeza a la COVID-19; sigue soñando y espera sabiamente a que las cosas mejoren, lucha para que así sea, porque sabe que si perdemos eso de ser justos entre todos, de ahí en adelante sí que no habría más pueblo.
«Vamos a ver…», le dicen algunos ancianos a esta cronista. Y esta observadora que es también protagonista entiende que en esa angustia también habita la esperanza, porque el cubano de buena fe no se confunde y coge las grandes ideas al vuelo, y le basta algo de información para armar sus propios ensayos, juicios y declaraciones, de tal manera, que el país entra todos los días en un pensar de millones que sabe ajustar miras, y que no tiene miedo a desarmar ideas descosidas o inacabadas para luego bordarlas mejor.
Como era de esperar, guerras de nuevo tipo se han sumado al complejo escenario de la realidad cotidiana: los mercaderes del odio intentaron entrarnos por la puerta de la sensibilidad para dividirnos y golpear a la Revolución.
«Golpe suave», le han llamado al método de reconfigurar países y hacerlos a la usanza imperial. Pero no hay nada suave en el peligro de fragmentarnos y de echar al Hombre sobre el Hombre. El odio no es suave. Por eso esta cronista entiende cuando un abuelo o un obrero con manos llenas de cicatrices preguntan mientras andan inmersos en la batalla por existir: «Mijita, ¿Y ellos quiénes son?». Ellos son los que nos han montado un espectáculo por los derechos humanos, los que hablan un lenguaje que el cubano emprendedor y amante de la paz no entiende —un lenguaje de violencia, que no une ni enaltece ni tiene propuestas de humanidad, y que, eso sí, tiene fuerte olor a moneda imperial.
El 2021 sabremos estrenarlo con ojos y sentimientos oteando a un buen horizonte, con ese afán de perfeccionarlo todo, de matizarlo todo, de entablar conversaciones fecundas —aunque de entrada sabemos que somos muy difíciles, y que nuestro interlocutor no habrá terminado su tesis y ya estaremos diciendo «no» con la cabeza…-.
Este 2021, en fin, deberá ser el lapso de seguir ordenando la casa, de seguir desenmascarando a los insensibles, a los rígidos, a los aburridos, a los inconsistentes, a los que no tengan vocación de servir y sin embargo ocupan una responsabilidad cuya función es la de los servicios. Este 2021 debe ser el año de inmunizarnos contra la pandemia, y también contra ciertos virus del desamor.
Volviendo a abrir el diapasón, cuento que un cubano de armas tomar se ha atrevido a decirme que esto de la COVID-19 no es el Armagedón, ni el juicio final, ni la caída de Babilonia o la destrucción de Pompeya. Él me habla de un «raro catarro» que «nos cogió movidos» –a la civilización- mientras nos dedicábamos a crear el último iPhone, a soñar vanidades, o a montar otras guerras.
Prefiero, en estas horas, recordar que la palabra esperanza nos habla de creer en lo posible—y por qué no: también en lo imposible—. Ella viene de esperar, del latín sperare (que significa tener esperanza). Afirma un diccionario que sperarenos regaló los términos esperar, desesperar y prosperar. Yo quito los desesperos, y me quedo con eso de querer y de crecer. Y así, como en una postal de millones, este Primero de Enero —que entre cubanos no es cualquier día, pues es el Día de la Victoria— dedico ese espíritu de lucha y alegría a nosotros mismos, a todos quienes hemos hecho un pacto con la vida, con la bondad, y con el amor hacia quienes, como dijera un Ángel que nos pertenece, saben amar y construir.