Las blanquísimas alas del manso pájaro se estremecieron heridas de muerte y con ellas la preciada carga, el cielo, el mar, la tierra y todo un pueblo.
A campeones cubanos de esgrima, a jóvenes estudiantes guyaneses, amigos asiáticos, trabajadores honestos cuyas edades apenas rebasaba los 30 años, les fue cegada la vida gracias a un odio visceral, que todavía corroe las entrañas del culpable monstruo.
Cuánta quimera, realizaciones, sueños, alegrías y proyectos quedaron truncos? Es aún impredecible.
Pensaron que la sombra y la maldad apagarían el espíritu de un pueblo que desbroza adversidades, que ama, funda y que con ejemplar dignidad y resistencia se levanta?
Tenemos memoria, con una mezcla de dolor, continuamos clamamos justicia, pero nos asiste la felicidad y el optimismo de que los matadores confesos del repulsivo crimen observan petrificados la multiplicación de las 73 víctimas.