Celia: una mezcla de dulzura y disciplina

Jorge Luis Hung Torres ( El Chino) /Foto Lilian Salvat Romero

Manzanillo. Enero 11.- «Yo era muy pequeño cuando conocí a Celia, -comenta Jorge Luis Hung Torres (El Chino)- vivía en Marea Del Portillo en Pilón, su papá era el único médico de la zona y allí nos atendían; mi padre tenía una tiendecita que comenzó cuando llegó emigrado de China.


Al inicio de la guerra Celia se acercó hasta el comercio de mi padre a pedir ayuda para abastecer a los alzados de aquellos parajes y él accedió; así comenzó todo, ella nos visitaba para preparar los envíos, siempre muy atenta y preocupada por todos, éramos seis hermanos, yo el mayor de todos.


Cuando triunfó la Revolución ella le propuso a mi papá que el mayor de los muchachos fuera a estudiar a La Habana, yo tenía en ese entonces 11 años y sin pensarlo accedí, imagínate un guajirito loco por salir de ese lugar; me llevó a Cojímar y fue ahí cuando vi más de cerca a Celia, porque ella iba mucho a la casa, pero siempre trataba con los mayores los asuntos que en ese momento eran muy delicados.


En la capital me mandaba a buscar a cada rato para conversar, preguntarme cómo iba y esas cosas, preocupada como si fuera una madre, así comenzó una relación más profunda; cuando llegaba a la escuela lo primero que hacía era preguntar por el chinito.


Por allá por el año 1971, regreso a Pilón, mi tierra natal, y ella fue a pescar a Marea, porque le gustaba mucho ir a pescar a esa zona y le dicen aquí está trabajando en el Partido El Chinito que llevaste a Cojímar y enseguida me mandó a buscar; yo trabajaba como chofer del primer secretario del Partido, recuerdo que Celia le dijo al cuadro, de hoy en adelante la responsabilidad del chinito es tuya.


Cuando viene el trabajo del levantamiento de lo sucedido en la guerra, dirigido por Pedro Álvares Tabío y su oficina; yo ya vivía aquí en Manzanillo, en el año 1978; Celia manda un Yipi, ella me localiza y me lo entregan para que yo sea quien lo trabaje en las labores de la oficina de publicaciones del Consejo de Estado, radicadas en este territorio.


Fui a la República de Ángola a cumplir misión internacionalista, estando de vacaciones aquí, recibí la noticia de su fallecimiento, un día terrible, porque esta mujer había sido mi segunda madre, siempre alegre, preocupada por el bienestar de los demás, muy respetuosa, atenta, cariñosa, familiar, no hay calificativo para describir esa excepcional figura que hoy recordamos a 42 años de su partida física.


De ella recuerdo su trato afable, una mujer imponente, sí porque su presencia imponía respeto, no es que fuera dura sino que en sus palabras y en su forma de comportarse lo llevaba implícito, una mezcla de dulzura y disciplina; esa era Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley».