Y me hice maestro (+Podcast)

Maestra en seminternado Mariana Grajales (foto de archivo) // Marlene Herrera

Mi primera profesión, la que escogí, fue ser maestra, profesora. Por razones de salud, abandoné el magisterio, luego de once años trabajando en la formación de profesores en el antiguo Pedagógico manzanillero. Pero, sin dudas, reconozco que esta es una de las mejores labores que puede realizar un ser humano: educar, instruir.

Y es esa tal vez, una de las razones por las que siempre recordamos a quienes nos dedicaron tiempo para enseñarnos los primeros números, las primeras letras, lo desconocido hasta el momento, de la naturaleza que nos rodea. Y aunque pasen los años, sus nombres nos vienen a la mente, como a Graciela, una abuela de 85 años que sin titubear recordó a sus primeros maestros, o Jose, el joven estudiante de Medicina que trae a su memoria el profe que les enseñó lo que era ser disciplinado. Otros como Ebilio y Damaris, reconocen la calidad de los educadores que dejaron alguna huella en su vida.

En cada persona está la huella de un maestro, por su carácter, por su conocimiento, por su estilo…

Sí, coincido con Damaris, ahora también hay buenos maestros, tal vez, lo que nos falta es ser menos paternalistas, menos permisivos, y llamar sin miedo a lo bueno, bueno, y a lo malo, malo. Llenar de conocimientos y actitudes positivas a la generación del futuro.

Volvamos los ojos a quien es considerado el pedagogo más universal del siglo XIX, nuestro José de la Luz y Caballero, quien aseveró

Casi todas las profesiones pueden pasarlo sin entusiasmo: la de maestro es la que no puede absolutamente: lo ha menester para inculcar la doctrina y para vencer los obstáculos.

Tengamos el magisterio y Cuba será nuestra.

Educar no es dar carrera para vivir, sino templar el alma para la vida.

Instruir puede cualquiera; educar solo quien sea un Evangelio vivo.”

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