Hasta la victoria siempre

“Me recuerdo en esta horas de muchas cosas, de cuando te conocí en casa de María Antonia…” fueron las primeras palabras. El ambiente del salón tomó el aroma de la tinta e invadió las almas con la imagen vívida del héroe.

Detrás de los vocablos pronunciados por aquel que fuera su amigo y compañero de lucha, Fidel Castro, iba, seguro y firme, el tono resuelto y el pensamiento redentor de Ernesto Guevara de la Serna.

Del papel y el sonido trascendía lo que marcó la despedida, no del camarada ni de su pueblo, no de la obra creadora de la Revolución que ayudó a construir con sus manos y su entrega sin límites; sino de este suelo, para marchar a iluminar con la luz de su estrella otras tierras del mundo.

La misiva, era una mezcla de nostalgia por la partida y orgullo ante la resolución de “cumplir con el más sagrado de los deberes, luchar contra el imperialismo desde dondequiera que esté”.

Como en avalancha de sacrificio y convicción, Ché plasmó su pecho entre las líneas que descubrían los ojos del lector. El hombre que sumó sus modestos esfuerzos a la causa independentista cubana, aquel que renunció a cualquier atadura en pos de la libertad, el padre y esposo que no dejó nada material a su familia sino una Patria, se adentró nuevamente en los corazones.

Silencio absoluto invadía el sitio del cual él formaba parte, y que sólo el ansia de salvar a otros pueblos de la opresión y el odio le hizo abandonar.

Como si la voz emergiera de su propia garganta, invocó a quienes quedaron en el camino a la victoria, reconoció con honradez las cualidades de Fidel como líder y revolucionario, proclamó la decisión inquebrantable de conquistar latitudes para la libertad.

El cubano de espíritu y conciencia, de acento argentino y sensibilidad mundial, se reflejó digno. Y a sabiendas de dejar atrás al pueblo que lo admitió como hijo, pese al riesgo al que exponía su vida, desplegó sus sueños de justicia.

Confesión de amores y fidelidad fue aquella carta, redactada con la confianza de “que dondequiera que me pare sentiré la responsabilidad de ser revolucionario cubano, y como tal actuaré”.

Y la consternación por la partida quedó aplacada en el fervor que emergió de sus brazos de médico, guerrillero, de Comandante, amigo. El anuncio del adiós fue menguado con la certeza del regreso, con la seguridad que permanecería junto a Cuba y su pueblo “hasta la victoria siempre”.