El Sol se asoma, indica la llegada de una nueva jornada, el sonido del amanecer inunda mi ciudad que hoy alcanza 232 vueltas al Astro Rey; su aroma a salitre, sus calles, su gente, todo es único en esta mágica urbe que envuelve y corona de deleites a sus visitantes.
Los citadinos se enorgullecen al pasear por ella, sentarse a los pies de una novia morisca centenaria, contemplar su hermosura, sentir el trino de los pájaros y la fresca brisa que arrulla el rostro de los que posan en sus predios.
Arte morisco, arquitectura ecléctica, tradición que atrae, el sonido del tambor y corneta china que indican el rumbón, fiestas inigualables en esta isla, la que miles y miles añoran a la distancia; el ron pinilla, la liseta, su malecón; distinguen a la novia del Golfo del Guacanayabo.
El tiempo, el implacable se empeña en dejar su huella y marcarle las arrugas que anuncian a la bicentenaria ciudad, rica en cultura, historia y tradiciones.
Aún repica la campana en Demajagua, el grito en Bayate se escucha alto y claro; un gremio de torcedores de tabaco dispuesto a todo; un pueblo de lucha en busca de libertad y justicia.
Esa es mi ciudad, única, y aunque ya no tiene el brillo de su época de esplendor, continúa bella, hospitalaria, inspirando a más de un poeta o trovador a pescar la luna en el mar, enamorando al Golfo y mirando al Caribe.