Presente siempre el espíritu unitario de Guáimaro

Foto: Archivo de Granma
Foto: Archivo de Granma

En Guáimaro, hace 154 años, los cubanos iniciaron una tradición que marcaría por siempre el proceso revolucionario, con el debate libre entre todos los patriotas de los asuntos neurálgicos de la nación bajo el signo de la unidad y de la subordinación de los intereses personales en favor de toda la sociedad.

La Asamblea de Guáimaro demostró, desde bien temprano, la necesidad de aunar el pensamiento y la acción de los patriotas cubanos en pos de la soberanía nacional, como arma indispensable para consolidar la victoria y principio inviolable aun en los momentos actuales. Aquella pequeña comarca ganadera, proclamada territorio libre desde el 4 de noviembre de 1868, cuando se produjo el alzamiento en armas de los camagüeyanos, vistió de fiesta para acoger la histórica reunión, voluntad unitaria que devino asamblea constituyentista.

En fecha tan significativa no pueden dejar de evocarse las figuras protagónicas de Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte Loynaz, quienes junto al resto de los delegados de los territorios insurgentes (Oriente, Camagüey y Las Villas) fundaron en Guáimaro la nación cubana, dotada de una institucionalidad jurídicamente representada. Por encima de diferencias de conceptos y discrepancias en las maneras de concebir las estructuras que guiarían los destinos de la naciente república y de la propia guerra, logró imponerse la voluntad común de unir todos los esfuerzos posibles para llevar adelante una contienda harto difícil contra el imperio español.

Lo acontecido en Guáimaro dejó claro que la lucha independentista iniciada el 10 de octubre de 1868 no solo buscaba separar a una colonia de su metrópoli, sino que era una guerra por la justicia, de ahí que la Constitución allí aprobada proclamara en uno de sus artículos que «todos los habitantes de la República son enteramente libres».

Además de sellar la unidad de las fuerzas mambisas, los sucesos que llenaron de gloria a aquella localidad, cuyos habitantes no dudaron convertirla en cenizas antes que dejarla ocupar por el enemigo, devinieron símbolo de la nación cubana y paradigma para enfrentar, resistir y vencer las apetencias dominantes de los enemigos de Cuba.